viernes, 31 de diciembre de 2010

Pour vous

While you're reading...





31 de diciembre. Nos encontramos de cara a un nuevo año, a las puertas de nuevos planes, de  ilusiones  y expectativas que albergamos, oportunidades con las que la vida nos sorprende y nos hace redirigir el rumbo de nuestra vida siguiendo las huellas de nuestra propia voluntad. 

Escucho notas que han marcado con intensidad mis días de este año del que solo quedan las últimas horas. La voz de Al Green cantando  How can you mend a broken heart?, la melancolía de Bon Iver en Skinny Love , la originalidad de CocoRosie en Lemonade , la alegría que rebosa de manos de Jarabe de Palo en Ole o unos acordes que te hacen flotar de Kings of Convenience en Know-How.  Mi cabeza da vueltas alrededor de los recuerdos que guardo con más cariño, como algo inmensamente valioso. Fusionándose con la voz rota del cantante de Kings of Leon en Manhattan (faltaría menos) aún resuenan risas, frases sueltas de millones de conversaciones profundas, a la vez que revivo sensaciones al recordar el calor de tantos abrazos diarios, la fría humedad de lágrimas derramadas, besos únicos en instantes y lugares únicos, olores que te dibujan una sonrisa, miles de tonterías. 

Repaso en mi memoria las circunstancias y  las personas con las que comencé el año. Y acto seguido reflexiono en cómo, y especialmente con quiénes, voy a despedirlo. Jamás imaginé un cambio como este, nunca pensé que tendría en mi vida a tantas personas que la llenarían de felicidad, que me aportarían la fuerza que necesitaba para evolucionar, para encontrarme a mí misma, para saltar con energía y en el aire, con mis manos atrapar la vida antes de que pasara de largo.
Soy consciente de que, al mismo tiempo que mis dedos teclean y mis pies se mueven al ritmo de Fat Freddy’s Drop y su Ernie, mantengo una amplia y sincera sonrisa. Durante  este año he aprendido todo lo que no aprendí en todos los años anteriores. He hecho surgir lo mejor de mí y he asimilado la autenticidad y espontaneidad de una risa, de una caricia, de una mirada, del presente. El valor de una palabra. El poder que tenemos en nuestras manos con unas palabras que realmente sean sinceras, cómo pueden ayudar en el momento más necesitado, cómo estas son la clave para liberarte de todo lo que arde en tu interior. Cómo podemos despreciar esa responsabilidad  y utilizarlas con el fin vacío de completar el silencio. Porque ese silencio es mucho más noble que cualquier palabra pronunciada sin cuidado, que cualquier palabra que no sea auténtica, que no haya sido dibujada a trazos seguros por la esencia pura de los sentimientos.

Este año he aprendido a aprender, a arriesgar, a equivocarme, a pensar y a dejar de hacerlo, a vivir con intensidad, pero ante todo, a valorar. A hundir las palmas de mis manos en el color vivo de cada día, tratando de guardar y contagiar ese color incluso en la adversidad. A dejar de huir de todo salvo del arrepentimiento, a asimilar el dolor y pasar a través de él, como una parte más, fundamental para que la alegría esté presente.
Jamás hubiera sido capaz de conseguirlo sola. Gracias por hacerme cambiar o mejor dicho, por hacerme resurgir. Gracias por conseguir que esta noche, en los primeros minutos del nuevo año que nos aguarda sienta a mi lado, a pesar de las distancias, vuestro calor. Brindaré por las personas que me rodean y por vosotros, por nuestra complicidad, reforzada por cada tontería, porque incluso con cara de Carititi e incluso cara de Parabólica  aquí o en Londres, me alegro perfectamente por cada Me cago en la Ali (sobretodo si se grita a la vez que el cantante en directo), por un modaba más, por miles de Jum INFInitos imitados por una chamacafdkdjñ de 85 años!, a este o a otro nivel los duendes con los peles llenos de henna bebiendo zuma… Y porque solo al escribir estas frases ininteligibles para muchos, no paro de reírme. Porque es así como quiero comenzar otro año más, mientras digo adiós con la última uva al mejor año de mi vida.

¡Feliz año nuevo!



viernes, 24 de diciembre de 2010

Home lights

While you're reading...



Son las 1.49 de una Navidad más. Una Navidad que se suma a otras diecinueve navidades que ya dejé atrás, solo otra más, aparentemente igual a todas las demás. Pero por completo diferente, de igual forma que cada instante que forma cada día de nuestra vida es único y guarda su propia autenticidad. Jamás se volverá a repetir el minuto 2.02 del 25 de diciembre de 2010. Al igual que jamás volveré a sentir de la misma manera la calma de la noche, quebrantada con dulzura por los suaves silbidos acolchados del perro acurrucado a mi lado, los ruidos sordos de puertas que son cerradas por aquellos que, tras una suculenta cena de Nochebuena, se deciden a volver a sus hogares. Mientras, junto a la voz pausada de Frank Sinatra y su Christmas dreaming, mis dedos recorren con seguridad las teclas iluminadas por las luces incesantes y agitadas del árbol. 

Cada Navidad es única. La Navidad no es para mí algo especialmente trascendental, pero merece la pena solo por el placer de hacer crujir entre mis dientes el relleno de las típicas bolitas de coco. Es en Navidad cuando hacemos un balance de todo aquello que ha acontecido en el año que ya toca a su fin, circunstancias que hacen que no sea una Navidad igual a la anterior. Al volver a rodearme de familia con la que habitualmente no paso mis horas, personas que me han visto crecer, presiento como despierta esa niña que permanece dentro de mí, cada vez más débil con el paso de los años. Esa niña del pasado que busca de alguna forma ese espacio en el que nació, esas personas con las que se divertía. Pero entonces descubre que los otros niños fueron olvidados con la distancia y el tiempo, y así  la proximidad que latía entre ellos. Entonces, consciente de que esas personas con las que se reúne para cenar no conocen a la persona que hoy día es, la niña persiste en su búsqueda, y finalmente consigue distinguir un brillo cómplice en una mirada, un gesto distinto, que le permite vislumbrar la presencia que aún a pesar de todo resiste, de otro niño.  Una presencia que se hace apenas visible solo cuando después de mucho tiempo y muchas experiencias vividas, se reviven entre risas viejos recuerdos, no del todo ocultos por el polvo confuso de la memoria. 

En situaciones así tenemos la oportunidad de asombrarnos por los cambios ocurridos en aquellas personas y en nosotros mismos. Te encantaría cenar con aquellas personas que son tan cercanas en el presente, aquellas que son lo más importante para ti y que afrontan contigo cada momento. 

No obstante, también descubres como esa esencia original y ya escasa perdura, a pesar de que algunas personas que podrían conseguir que esa esencia subsistiese, se encuentran a más de mil kilómetros de distancia. Y que aunque la intención que pretendes que prevalezca es la de la indiferencia,  inútilmente esperas escuchar entre el barullo de voces de siempre conocidas, el sonido vivaz de una risa que destaca sobre todas las demás…


Feliz Navidad...



domingo, 5 de diciembre de 2010

The weight of my words

While you're reading...




Volver de nuevo a casa me hace reflexionar sobre muchas cosas. Es regresar en cierto modo al pasado, a recuerdos que quise abandonar sin mirar atrás y que ahora arremeten contra mí. Sola en el autobús de vuelta al calor acogedor y las luces tenues del árbol de Navidad, ni siquiera soy capaz de percibir las gotas de agua que impactan con fuerza en la superficie del vehículo. Me aíslo en mí misma de tal forma que lo único que distingo del exterior son las luces frías y directas de la calle cuyo resplandor atraviesa mis párpados mientras mi cuerpo se mece sutilmente con los vaivenes y la vibración del motor. La voz rota de Caleb Followill y los ritmos desiguales de la batería me absorben en un trance…

But everything's the same this town is pitiful
And I'll be gettin' out as soon as I can fly

 Millones de escenas acontecidas asaltan mi mente al pasar por rincones que a menudo concurría hace tiempo, bañados ahora por la incesante lluvia. Encontrarlos otra vez y vislumbrar ese pasado ha sido como contemplar a otra persona completamente ajena. Los recuerdos de aquella época no parecen pertenecerme, aquella persona que ahora soy aún no existía. En su lugar había alguien que no imaginaba nada de lo que ocurriría en sus días, que no guardaba idea alguna del cambio.

¿Cuánto tiempo? El tiempo es algo tan curioso… Volátil y escurridizo, tan único que cuando se ha perdido no puede recuperarse, que no vuelve jamás una vez se ha ido. Etéreo y relativo, es una tarea imposible medirlo con exactitud. ¿Cuánto ha pasado desde entonces? Alrededor de trescientos atardeceres diferentes. Miro atrás y siento como si hubiesen transcurrido varios años. Enterré tan profundamente esa parte de mí que el olvido aceleró con él el paso del tiempo.  

Life goes by on a Talihina sky...

Nada me une ya a estas calles vacías, encendidas por el destello fugaz de los rayos. Ahora albergo la certeza que no encontraré en ellas lo que tantas veces busqué y encontré, ya no queda nada. Ya no existe ningún vínculo con sus edificios, sus bancos y parques. No en el presente. Huyo de recuerdos que arrinconé intencionadamente rozando la erosión de un completo olvido, así como de otros totalmente opuestos que pueden causar dolor al ser rememorados  por el carácter de su existencia, limitado a la memoria. 

Lejos de todo esto, unos acordes me conceden unas esplendorosas alas que me elevan alto y me guían fuera de esta ciudad muerta hacia un presente nuevo y un futuro anónimo aún por llegar. A veces junto  a estos nos espera impaciente la incertidumbre. Un familiar cercano juzgó –y acertó—que la incertidumbre es un lienzo en el que el hombre juega a ser Dios pintando sus mayores miedos y deseos. Las personas siempre nos sentimos atraídas por la tentación pura de la verdad, a pesar de ser un arma de doble filo que puede asimismo herirnos y dejarnos cicatriz. Pretendemos conocer la realidad auténtica, si es cierto que existe, ya forme parte del pasado o de lo que ahora nos toque vivir. Necesitamos ser conscientes de la verdadera naturaleza de lo que nos rodea como aquello que nos brinda la oportunidad de decidir. Tal como cita Paulo Coelho: No saber si debemos esperar u olvidar es el peor de los sufrimientos.

El miedo a la inseguridad es un sentimiento puramente humano. Hace un rato terminó mi conversación con un amigo. Hablando con él pude darme cuenta de que no saber qué es aquello que sentimos causa verdadero vértigo,  miedo a no saber a qué abismo nos enfrentamos. Un miedo que nos atrevemos a combatir cuando solo el paso del tiempo y las circunstancias nos ubican en escenarios en los que somos capaces de descubrirlo por nosotros mismos. Hay situaciones en las que he llegado a comprender que de tantas personas que me rodean, solo una ocupa mi mente, solo ella es importante para mí. Observando la extensa y abarrotada ciudad desde la altura de mi terraza, contemplando el dulce baile de la nieve al caer a cientos de kilómetros de casa, coreando una canción a todo pulmón junto a otras 10.000 voces congregadas desde diferentes rincones por un único motivo que les une: la música. Y entre tantísimas vidas, solo te gustaría compartir esos momentos con una única persona. 


Y es en esos momentos cuando el vértigo desaparece, cuando después de todo, sabes qué es aquello que deseas…



miércoles, 24 de noviembre de 2010

Just the way you look tonight

 While you're reading...


 


El dulce sonido del piano me recorre hasta llegar al último rincón, poniéndome los vellos de punta. Por un instante mis manos paran de escribir. Cierro los ojos y dejo fluir a través de mí el alma delicada de unas notas que encierran más sensibilidad que las palabras. Una sensación que consigue florecer los mejores sentimientos albergados.

El invierno es agradable. El frío temprano de cada mañana me impacta en la cara y viaja hasta mis pulmones; me hace sentir viva. Jugueteo con las gotas de lluvia que permanecen en el borde de mi ventana, cuando al rozarlas brevemente quedan atraídas por el calor de mis manos y con suavidad se deslizan del frío metal. Permanezco inmersa en el calor de mi cama, refugiada del mundo exterior, tan extenso y agitado, de millones de miradas, decisiones, vidas, ruido, del olor de la calle. Entre las mantas mi cuerpo flota en la calidez de un sutil aroma, donde encuentra cobijo en unos brazos que resultan cada vez más familiares, en unas confortables caricias lejos de todo lo malo, de todo el barullo, lejos de otro mundo.

Mientras aspiro la fragancia del aceite que se quema con la pequeña pero incesante llama de una vela, aprecio intensamente el sabor del té, áspero de la manzana. El barro de la tetera conserva su calor. Y pienso. Recapacito sobre todo lo que me rodea y sobre la suerte que me ha tocado. La suerte de que el invierno sea agradable para mí, la suerte de contar con un refugio donde resguardarme. La alegría de compartir más de un abrazo cada día, de deleitarme de nuevo con el perfume de mil tés diferentes, de notar el frío cada mañana cuando me acerco a la facultad y poder darle el último toque al plato que cocino cuando llego a casa. La fortuna de disfrutar de todo lo que muchas personas no pueden, la posibilidad de valorar cada hecho cotidiano que nos permite llevar adelante un tipo de vida. Y saber apreciar lo bueno, lo especial de cada pequeño detalle, y ahí saber vislumbrar el brillo de la felicidad.


Mientras mis manos se calentaban con el calor del café que sostenían, escuchando canciones de Navidad por la voz de Frank Sinatra y admirando los primeros decorados, contemplaba a través de un gran cristal a la multitud dispersada que concurría el centro de la ciudad, fijándome en cada detalle e imaginándome sus historias. El devenir que espera a esas personas con las que quizá no me volveré a cruzar. Sin pararme a pensar en el mío propio. Sencillamente dejándome llevar por el momento.  Tratando de enterrar el miedo al dolor, pues también es parte de la vida y el máximo daño que puede causar es una mera cicatriz. Decidida a no permitir que la cobardía llegue a ser capaz de invadir mis decisiones. A no contemplar como ninguna oportunidad vuela fuera del alcance de mis dedos.


Al fin y al cabo, a arriesgar por la ilusión de vivir...





lunes, 8 de noviembre de 2010

Lookin' for the sun

While you're reading...   



Acompañada por unos nostálgicos acordes y la voz de Bono en la canción que escribió para su padre, contemplo la gran cantidad de fotografías pegadas en una pared de mi habitación justo enfrente de mí, y recorro todos y cada uno de esos instantes precisos, efímeros y a su vez perdurables.

En esas fotografías aparecen casi todas las personas que están en mi vida, cada una ocupando un rincón diferente. Cada una de ellas significa un sentimiento, unos momentos, unos granitos de arena. Todas esas personas  nos aportan algo de sí mismas, ya tengan la valentía de entregarse más o menos, se impliquen hasta donde quieran hacerlo o hasta donde nosotros lo permitamos.  Compartimos parte de nosotros y recibimos fragmentos supuestamente imperceptibles del conjunto y la complejidad de una persona, que nos van perfilando como si de un cincel se tratase. Todos esos fragmentos, tanto grandes como pequeños, dejan tras de sí marcas que finalmente acaban esculpiendo vidas ajenas, haciéndolas sobresalir de esa gran pieza de mármol frío a la vez que les dan vida. 

Las condiciones determinan profundamente la realización de alguien, y circunscritas a esas condiciones se encuentran las personas que nos rodean. Porque no podemos vivir al margen de los demás y de sus acciones. No somos conscientes de que las decisiones de los demás nos influyen y además nos cambian, en ocasiones de manera radical, nuestra vida, sin que aquellos lo sepan siquiera. En muchas ocasiones hemos determinado enormemente la suerte de otras personas y no conocemos ni podremos jamás conocer las consecuencias que desataron nuestros actos. 

“Sometimes you can’t make it on your own…”

Quizá jamás lleguemos a percatarnos de lo profunda que pudo ser la huella que dejamos dibujada en los días, pasados y por llegar, de una vida ajena, así como en la esencia de su ser…
Podemos hacer nuestra vida, escoger el qué, dónde, cómo, cuándo, y  tomar nuestras decisiones de acuerdo a nuestros sueños y principios, experimentar, acertar y errar por nosotros mismos, solos, sin intervención de otros. Sin embargo, tal vez ni las opciones ni las oportunidades que se nos presentan serían las mismas si contestamos a una pregunta, muy simple y a la vez trascendental: ¿quién?
 
Nunca estamos solos. De la misma manera de la que aprendemos a prescindir de aquellos que nos traen dolor, también con nuestras acciones dejamos pasar adelante a muchas personas que a la vez, nos dejan adentrarnos en su espacio. Nos conceden la valiosa oportunidad de compartir aspectos, impresiones, sentimientos y sueños de sus vidas realmente significativos, escondidos a veces entre los cimientos de lo más profundo. Una posibilidad que no debe ser rechazada, pues trae consigo la fortuna de sostener entre nuestras manos el ligero pero firme peso de la confianza. De la seguridad de personas increíbles que pasan inadvertidas, y que hacen desear que todos tuviesen la fortuna de contar con ellas. Entristece la idea de que estén rodeados de tanta gente que no sea consciente de aquello tan valioso que se mantiene a su lado, en las sombras, pasando desapercibido. Simplemente, no entiendo cómo no son capaces de apreciar la luz que emana de ellos, una claridad que alumbra mis días y saca lo mejor de mí misma. Presencias que me acompañan en momentos cotidianos e instantes decisivos, enseñándome a reír con la energía que hay en mí, a vivir intensamente. Una complicidad tan palpable que te muestra cómo distinguir lo mejor de la vida a través de sus ojos. Es así como, aunque lo que te transmita en un momento concreto sea interesante para ti, prefieres sumergirte en sus ojos y averiguar nuevos matices mientras te asombras de que seas capaz de querer tanto a una persona que apareció recientemente en tu vida. Mientras, otras han vivido siempre cerca de ti y a la vez tan lejos que nunca se preocuparon de conocerte como estas personas ajenas lo hacen. 

Personas ajenas que te arrancan con facilidad lágrimas cuando, sin esperarlo y por sorpresa, tienes la oportunidad de poder abrazarlas. Personas ajenas que te marcan para siempre solo con decir “Ya eres parte de mí” y hacen que todo mereciese la pena. Que con una simple canción te dibujan una sonrisa cuando más la necesitas. Que convierten una simple merienda en un mar de risas y recurriendo siempre a millones de tonterías nuestras. Personas que cuidan de ti.

Y aquellas que siempre han estado ahí y por ello no sabemos apreciarlas. Hasta que un buen día abres los ojos para ver desde el coche a una pequeña y adorable figura despidiéndose de ti con la mano, después de haberte metido con la comida de la semana bolsitas de caramelos, como buena abuela. Hasta que coges el teléfono y la voz de tu hermana suena en tu interior recordando lo enormemente importante que es para ti. Hasta que decides escribirle a tu padre para hacerle saber que, a pesar de la edad y de lo agradable que resulta el sentimiento de independencia, te gusta que estén ahí, siempre, pase lo que pase.

No estamos solos.  Únicamente hay que saber apreciar ese brillo y cuidar de mantener su destello, a pesar de que pueda parecer a veces imperceptible.

Pero que está ahí, siempre encendido…






lunes, 1 de noviembre de 2010

Gracias.

While you're reading...


Esta es la primera entrada que no sé cómo comenzar. Ni tampoco con qué canción abordar las teclas. Finalmente, Love Lost de The Temper Trap suena con intensidad en mi cabeza. Por los viejos tiempos.

¿Por dónde empezar? Por una sonrisa. Por la sonrisa que forjan mis facciones cuando pienso en todo lo vivido, en esta historia como pocas existen.  Aquellas que ocurren solo una vez, pero que son tan maravillosas que lo único que persiste en el tiempo es un profundo y dulce sentimiento de gratitud por haber sido una de las pocas personas afortunadas que pueden narrar con todo el cariño aquellos instantes vividos. Cuyos recuerdos otorgan la oportunidad de llorar de tristeza por su naturaleza  irremediablemente efímera y esa dolorosa verdad de que esos momentos ya no volverán jamás. Aquellos que también me permiten llorar de emoción porque forman parte de la vida. De mi realidad. De mí.

"I wouldn't change a single thing"

Era el fin que tenía que existir. La despedida que se merecía lo que tuvimos, un bonito adiós que hiciese honor a cada fotografía, cada abrazo, cada risa, cada beso, cada palabra contenida y cada palabra cruzada a medianoche

Last date, last embrace,  last time.
"Say you'll come and set me free, just say you'll wait, you'll wait for me"
Last words.

La última oportunidad para arriesgar por lo que importa, para, impulsados por la idea de que no hay nada que perder, liberar todas las palabras guardadas  en nuestro interior y que son encerradas por los miedos. Miedo a dejar escapar aquello que significa tanto en tu vida, aquello que te ha hecho cambiar, aprender, que ha sacado lo mejor de ti. Miedo a no aprovechar el momento y dejar desvanecer las oportunidades ante nuestros ojos. Miedos que, afortunadamente, han sido dejados atrás junto con esta historia. Mi mente traza delicadas pinceladas de mi última imagen de él, de pie, con las manos que tanto he acariciado en los bolsillos, contemplándome con su suave sonrisa mientras me alejaba de esa enigmática mirada…

“Aeropuertos, unos vienen, otros se van…”

Demasiadas emociones estos días. En este momento puedo contemplar a mi derecha el aeropuerto a través de la ventanilla del tren en el que me encuentro. Una de mis sueños en esta vida es recorrer el mundo, y destinar todo el dinero que pueda ganar una vez consiga un trabajo a conocer nuevos lugares, nuevas culturas, nuevas sonrisas. He pasado por alto que para ello tendré que sufrir muchas despedidas. Y eso es lo más duro. Sencillamente, no era capaz de asimilar que había llegado la hora de decidirme a soltar su abrazo, a dejar escapar  sus sutiles labios, decir adiós a su olor, y entregarme a la certeza de que, a partir de ahora, su imagen sea solo una ilusión que se evapore entre mis dedos. Con aquellas dos últimas y grandes palabras que  habían luchado por ser pronunciadas y durante meses habían sido retenidas, cerré un inolvidable capítulo que mantendré siempre con la esperanza de volver a abrir. Por esa fuerza que nos une y que, estoy segura, actuará sobre nuestras vidas para que volvamos a encontrarnos, una vez más.

Dejarse llevar suena demasiado bien, jugar al azar… nunca saber dónde puedes terminar o empezar…

See you soon





domingo, 24 de octubre de 2010

Goodbye

While you're reading...


A  pesar de que en mis oídos resuena la  nostálgica melodía de Devotchka, llego a percibir los constantes ruidos de sillas al arrastrarse contra el suelo, bolígrafos al ser soltados con indiferencia sobre los espacios libres de las mesas que no son ocupados por libros, ordenadores, pequeños vasos que guardan restos de café, ya tan frío como el agua contenida por el plástico de las botellas. Ocupando como intrusa  uno de los sitios libres de la sala de estudios de la facultad de Derecho, miro a mi alrededor. La sala se vacía considerablemente cuando los estudiantes abandonan temporalmente sus asientos y sus obligaciones serias y profesionales para salir a almorzar. Anteriormente envuelta en una multitud inquieta, ahora rodeada de unas pocas personas en asientos salteados a lo largo de la sala, enfrascadas en su futuro. Igualmente sola.
Esto me recuerda a la costumbre de cada día camino a la facultad, cuando aguardo a mi parada en el interior del metro mientras Harry Nilsson me susurra la atmósfera que me encierra, como si estuviese a mi lado:

I don't hear a word they're saying,
Only the echoes of my mind.
People stopping staring,
I can't see their faces,
Only the shadows of their eyes…
  
Durante el trayecto, a pesar de la alta velocidad física a la que avanzamos, el tiempo es capaz de detenerse súbitamente en el cruce de dos miradas desconocidas, cuando millones de sensaciones son transmitidas en lo que realmente es un intrascendental segundo en nuestras ajetreadas y rítmicas vidas. Un instante en el que dos vidas ajenas comparten el misterio, y quizá la atracción de vínculos completamente extraños y a la vez tan comunes. Una veloz y perecedera historia, mientras la imaginación vuela sobre las vidas de esas personas situadas a tu alrededor, inconscientes de tu existencia y tu mundo interior, de tus miedos y sentimientos tan increíblemente similares a los suyos propios. Algunas de ellas esquivan miradas fijas y penetrantes, reforzando un muro defensivo contra la intromisión de otras consciencias en su compleja intimidad, con su valor tan fascinante y único, por esa exclusividad en cuanto a que no hay persona ni vida igual a otra persona y a otra vida, ambas tan complejas.

Cuando somos pequeños, todo es más fácil. Solo nos percatamos de la sencillez de las cosas, y sentimos la necesidad de etiquetarlo todo. Quién es bueno y quién malo. Con el paso de los años nos damos cuenta de que todo va mucho más allá. Que la vida está plena de prejuicios hasta el último rincón y que las circunstancias son definitivas en los actos de las personas. Y  pesar de sonar como tópico, nunca se puede decir nunca...

Nuestras vidas, dictaminadas por las circunstancias y nuestras decisiones, tan distintivamente propias. Afortunadamente, contamos con personas que están siempre ahí, como pilar fundamental y ante todo, apoyo incondicional, que nos aconsejan y pretenden lo mejor para nosotros. Pero al fin y al cabo, somos nosotros quienes, para bien o para mal, elegimos qué y cómo vivir, y quiénes queremos que permanezcan a nuestro lado. Somos nosotros quienes hemos de pasar a través de nuestros errores y aprender de ellos, quienes a partir de las experiencias, pretendemos remendar el daño y el dolor causado en nosotros mismos y en los demás después de haberlo sufrido y aceptado. Quienes debemos o no, arrepentirnos. Y hay que ser conscientes, aunque no sin impotencia, que en ocasiones no podemos evitar las equivocaciones de los demás ni la decepción y el daño que estas nos causan.  Y aunque nos provoque un profundo dolor, dónde establecer el límite cuando sabes que, después de todo, ha llegado la última oportunidad.





Cuándo decir adiós…


martes, 19 de octubre de 2010

..........

While you're reading...



El sueño me vence a pesar de permanecer sentada en primera fila, escuchando las palabras en francés que emergen con energía desde la izquierda. No debería escribir ahora, pero creo que es la única forma de mantenerme despierta. Al menos de esa manera capto alguna de las ideas expuestas en clase, zambulléndose en el mar de pensamientos que me inunda  y siendo inmediatamente absorbida por las millones de gotas inquietas que forman parte de él.


Los días transcurren con tal ligereza que no soy consciente de que tras ellos

1. Intégrations professionnelles
2. Accord et suivis personnalisés
3. Accords économiques
4. Combat d’accueil et d’intégration à formation gratuite
5. Immigration choisi

se alzan las semanas , y no mucho más tarde, los meses. Ni aún a estas alturas se establece en mi vida una rutina. Cada momento es único, no existirá jamás un instante idéntico a otro ya pasado o pendiente por llegar.

Ali, ¿sabes qué es un “tinto” en Colombia?
¿Qué?
¡Un café expreso!

Como decía, las circunstancias nunca son las mismas, ni tampoco nosotros. Aún así, siempre hay ciertos “ritos” que se repiten cada día y se convierten en costumbre, que imponen un determinado orden, y que son echados en falta y valorados solo durante  su ausencia, mientras que cuando permanecen ahí son tristemente ignorados. Abrimos los ojos (o lo intentamos cuando la voz de Chris Martin rompe el silencio con su melodía Life in Technicolor ii) hasta  la noche, cuando el cansancio y Sigur Ros se dedican a cargar nuestros párpados de un peso irresistible que nos indica el camino al surrealismo de los sueños. En todo ese tiempo esa rutina ocupa prácticamente todas las actividades diarias. Pero nunca reflexionamos sobre la rutina que embarga nuestro interior, una estabilidad a que estamos habituados, acostumbrados a no solo hacer las cosas siguiendo una línea marcada por las huellas de caminar cada día en la misma dirección. También estamos acostumbrados a sentir. Nos agarramos a una permanencia, a una seguridad, y sentimos miedo si esa estabilidad se ve amenazada por algo nuevo, fuera de lo establecido, de lo “normal” en nuestros días. Por la cobardía, por el miedo a lo desconocido, a cambiar, a equivocarnos, a fracasar, a arriesgar…

Es así como dejamos pasar oportunidades únicas y efímeras que nos salvan de ese orden, de aquello que teníamos planeado. Pero, ¿no es esto lo más emocionante de la vida? Su carácter sorprendentemente incierto. Y el privilegio que tenemos en nuestras manos: el de poder elegir si sobrevivir nuestros días o vivirlos. ¿De qué sirve plantearse el futuro hasta el mínimo detalle si luego quizá lo único que permanezca son unos esbozos a lápiz? Y si dispongo de algún plan es el de evitar trazar planes…

Muchas cosas de las últimamente acontecidas no han sido planeadas en ningún momento. Además, gran parte depende de las circunstancias que nos rodeen y decidan, en muchas ocasiones, por nosotros. Las mismas circunstancias que nos regalan esas oportunidades para cambiar,  esos instantes de suerte que están ahí, solo para ti, para que decidas si quieres arriesgarte por ellos o dejarlos marchar aún siendo consciente de cómo podrían haber alumbrado tus horas. Porque siempre nos arrepentimos de lo que no hacemos.

Me arrepentiría ahora mismo y lo haría toda mi vida si no hubiese dado media vuelta para deshacer mis pasos y  encontrar ese jersey rojo entre la multitud, una vez más.




domingo, 10 de octubre de 2010

Del color del trigo


While you're reading... 



“—Mi vida es muy monótona –dijo el zorro. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro un poco. Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sol. Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan a nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaría el rumor del viento entre las espigas...
El zorro calló y miró un buen rato al principito:
—Por favor... domestícame —le dijo.
—Bien quisiera —le respondió el principito pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y conocer muchas cosas.
—Sólo se conocen bien las cosas que se domestican —dijo el zorro—. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!
—¿Qué debo hacer? —preguntó el principito.
—Debes tener mucha paciencia —respondió el zorro—. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré de reojo y tú no dirás nada. El lenguaje es fuente de malentendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...
[…]
De esta manera el principito domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando el día de la partida:
—¡Ah! —dijo el zorro—, lloraré.
—Si lloras será culpa tuya —le dijo el principito—, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido que te domestique...
—Así es —respondió el zorro.
— Entonces, no has ganado nada.
—Si he ganado –dijo el zorro-- a causa del color del trigo.

Después añadió:
—Vete a ver las rosas; comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás a decirme adiós y yo te regalaré un secreto.
El principito se fue a ver las rosas y les dijo:
—En realidad no os parecéis en nada a mi rosa, ni sois nada todavía. Nadie os ha domesticado ni vosotras habéis domesticado a nadie. Sois como era mi zorro, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros. Ahora que lo he hecho mi amigo es único en el mundo.
Las rosas se sentían molestas oyendo al principito, que continuó diciéndoles:
—Sois realmente hermosas, pero vacías. Uno no se siente impulsado a dejarse morir por vosotras. Pero ella sola es para mí más importante que todas vosotras juntas, porque  ella es la que he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué con el panal, porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas ) y es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse o mantenerse callada. En fin, ella es mi rosa.
Y volvió con el zorro.
—Adiós —le dijo.
—Adiós —repuso el zorro—. He aquí mi secreto. Es muy sencillo. Consiste en que no se ve bien sino con el corazón; lo esencial es invisible a los ojos.
—Lo esencial es invisible a los ojos —repitió el principito para acordarse.
—Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella.
—Es el tiempo que yo he perdido con ella... —repitió el principito, a fin de no olvidarlo.
—Los hombres han olvidado esta verdad —dijo el zorro—, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa...
—Yo soy responsable de mi rosa... —repitió el principito a fin de recordarlo."




Las notas al piano de las Gymnopedies de Erik Satie han reemplazado ahora el sonido de las gotas de lluvia sobre el cristal de la ventana, que parecían incesantes.
Este fragmento es mi preferido de El Principito, tan sencillo y hermoso como la verdadera naturaleza, en bruto, de la vida. 
La gente me repite una y otra vez lo que el principito le dice al zorro cuando este le recuerda que llorará:
“Entonces, no has ganado nada”. Y el zorro le responde: “Sí he ganado, a causa del color del trigo."


Los recuerdos. Son todo lo que nos mantiene vivos... Son la señal, las marcas de las decisiones, los vestigios de lo vivido. Quizá la única huella junto a la soledad. La posibilidad del fracaso o pérdida son las consecuencias anexas al riesgo de luchar por lo fervientemente deseado. Un riesgo que merece la pena correr. Un error que el corazón te lleva a cometer, y del que nunca puede surgir arrepentimiento alguno. No existe secuela que no pueda ser superada, en especial contando al trascurso del tiempo como aliado. Sin olvidar ese tiempo pasado en el que su dulce olor era único entre los demás.


Volvería a permitir que me rasgase el corazón si esa es la condición para recurrir, con una sonrisa envuelta en la nostalgia, al abrazo de los recuerdos.




domingo, 3 de octubre de 2010

It's written

While you're reading...



De nuevo en el tren, sentada en la misma disposición que aquel día. Me encuentro, como siempre, escuchando canciones que crean una confortable armonía con mi melancolía. Me ayudan a sentirme, en cierto modo, comprendida y reflejada en notas que transmiten las mismas emociones antes despiertas en otras personas. No sirve de nada intentar erigir un ánimo que no existe, así que no pienso buscar refugio en melodías alegres. Debo aprender a aceptar la tristeza y así, en su momento, dejarla atrás. Mientras, el paisaje pasa velozmente y me hace recordar cómo pasaron los meses.

Al subir al tren me he dado cuenta de que me había olvidado una bolsa donde llevaba algo de comida, mi cordón de cuero y el paraguas de mi padre. Lo lamento en especial por esto último y por la reprimenda que vendrá después, pero no es lo más importante que he perdido hoy. Aquel día, en el que nuestras vidas se cruzaron por primera vez en aquel tren, curiosamente también olvidé allí un paraguas de mi padre… Qué irónica es la vida. Todo empieza y acaba en el mismo lugar.

Nunca me cansaré de repetir lo incierta que es la vida. No nos imaginamos cómo puede girar de manera tan vertiginosa. Una noche puede pasar algo inesperado que te cambie por completo, o que haga comprender lo que está sucediendo delante de tus ojos y te ayude a abrirlos y contemplar la realidad por ti misma.

No cambiaría nada si tuviese la oportunidad. En absoluto. Volvería a vivir y a sentir cada segundo tal como lo he estado haciendo, no tengo mayor tranquilidad que haber disfrutado del camino sin pensar en la meta. Me siento afortunada por estos meses que pasaron, porque durante ese tiempo ha emergido del fondo lo mejor de mí, haciéndome feliz solo con sentir lo más puramente humano, sin esperar lo mismo de vuelta como siempre solemos hacer. Incluso siendo algo que no se puede pedir ni exigir a nadie.

Y en circunstancias así, se valora la vida. Se valora que seamos capaces de reír, llorar, sentir que somos vulnerables y somos fuertes, que estamos vivos. Valorar todo y todos los que nos rodean, siempre ahí, incondicionalmente.


Todo ocurre por una razón.



domingo, 26 de septiembre de 2010

Howl

While you're reading...



Hay ciertos días en los que somos capaces de ser más conscientes del momento que tenemos la suerte de poder vivir. Días atrás me encontré sentada en un banco, a la sombra  a parches de los árboles frente al Alcázar, con un libro abierto en las manos y embelesada por las notas de mis canciones favoritas, esperando. En ese momento me di cuenta de que ese instante no volvería a repetirse jamás. Nunca nos planteamos que los momentos que estamos viviendo no volverán nunca más tal y como nos ocurren. Cuando soy capaz de darme cuenta de ello, ese pensamiento me empuja a valorar más intensamente cada segundo, por concebir su carácter único y perecedero. A menudo al recordar un buen momento de nuestro pasado pensamos en que daríamos cualquier cosa por volver a vivirlo de nuevo. Es por ello por lo que, si sabemos que pudimos vivirlo en aquel momento tal como se merecía, nos queda esa satisfacción tan grata, esa tranquilidad con uno mismo, esa confianza de haber aprovechado nuestro tiempo.

No hay nada seguro en la vida. Lo único que sé es que pienso, que siento, que vivo, que estoy aquí, que lo único de lo que dispongo es del presente. No podemos cambiar el pasado, y el porvenir no sabemos ni cómo será ni hasta dónde llegará. Es bueno tener nuestra visión de futuro, de modo que podamos labrarnos una cierta posterioridad, en especial en esta sociedad en la que vivimos. Pero no hay que olvidar que ese futuro puede quedarse en simples esbozos a lápiz en unos segundos, en cualquier momento. Me gusta tener esta idea en mi mente, no para que esta deprima mi ánimo, sino para conseguir sacarle todo el jugo a la vida.

He llegado a la conclusión de que lo más importante que tengo en mi vida no lo tengo. Lo que me concede una vida feliz es aquello que no se puede poseer. Al fin y al cabo, las relaciones con las personas y las experiencias vividas, los recuerdos, el tiempo, es lo que da sentido. Cada ser humano guarda su propia idea de la felicidad, con sus prioridades más o menos relevantes a ojos de los demás. Pero a todos nos transcurre la vida buscando sentir la tranquilidad de una presencia  a nuestro lado con quien compartir el tiempo que se nos ha regalado…

Todo esto me recuerda a la última vez que fui a ver a mis abuelos, hace algo así como tres semanas. Me encanta hablar con mi abuelo. Es una persona admirable y valiente, que transmite un gran sentimiento de serenidad  a través de esa mirada tan profunda que le caracteriza, de color azul casi gris. Ambos estamos de acuerdo en que la felicidad se encuentra dentro de cada uno de nosotros. No creo en un estado utópico de felicidad permanente, aunque se ciña a un periodo de tiempo limitado, sino en instantes, en los que nos sentimos llenos por dentro. Para mi abuelo, algo esencial para encontrar la felicidad es estar bien consigo mismo, mantener la certeza de que nadie podrá reprocharle nada porque ni siquiera él mismo puede. Se siente plenamente feliz mientras reposa sentado bajo los árboles de su campo, recibiendo con calma el frescor, o dejándose conquistar por la emoción que te recorre cuando estás enamorado. En esos detalles de la vida son en los que, a mi parecer, reside la felicidad. Y en su fugacidad.

Una de las razones que me hacen admirar tanto a mi abuelo es esa inquietud que lo invade. Su conformismo a la hora de valorar detalles que a mucha gente puedan parecer banales y su inconformismo a la hora de aprender y buscar respuestas. Me encanta que, a pesar de la educación tan dura y humillante que tuvo que soportar, en contra de sus ideales y los de su familia, sea tan valiente de “ir por libre”, como él siempre dice. De no creerse sin razón las ideas de los demás, sino razonar y juzgar por su propio criterio. La mayoría de personas se concentran exclusivamente en seguir los pasos anteriormente marcados por los juicios de quienes ni siquiera llegaron a conocer, sin detenerse a indagar y preguntarse si están de acuerdo o no. Es el camino más fácil. Cada vez observo con mayor claridad la gran cantidad de personas ciegas que ignoran asuntos realmente esenciales, conducidas por las vías del materialismo.

Siempre culpamos a las circunstancias. Es cierto que los acontecimientos nos vienen en la vida, parte de ellos sin que nosotros gocemos el privilegio de influir en su curso. Hay circunstancias muy adversas que nos vienen solas y que son muy difíciles de superar o simplemente sobrellevar. Pero nuestra tranquilidad crece cuando imponemos nuestra decisión  para saber que son pruebas, momentos, oportunidades para mejorarnos como personas, para ser fuertes, para alumbrar a los demás, y para aprender. Siempre podremos escoger cómo afrontar las situaciones, qué actitud tomar frente a lo que se presenta, cómo actuar, si bien o mal.

Todo depende del cristal con que se mire. Las circunstancias se nos presentan, muchas veces al margen de nuestra voluntad, pero uno siempre puede elegir. En todo momento del día estamos eligiendo, tomando decisiones desde lo más insignificante hasta lo más fundamental.  A causa de la tesitura de que nos vemos obligados a escoger, siempre permanece con nosotros el interrogante sobre si hemos tomado la decisión correcta, y de que si hubiéramos optado por la posibilidad paralela, eso nos hubiera hecho más felices. Y nos centramos en lo que hubiese pasado en vez de valorar lo que tenemos a nuestro lado.  Muchas veces nos hace falta perderlo para echar en falta y valorar...  Así es nuestra naturaleza.

Por ello, mantengo vivas las ganas de vivir el momento de la mejor manera posible, extrayendo el lado bueno a todo lo que lo permite. Sin desviarme del camino que nos lleva a un futuro de carácter superficialmente planeado pero realmente incierto, tal como se capta una esencia en una fotografía dejo que me traspase la intensidad y lo efímero de cada instante, de cada canción, de cada olor vivo o el olor impregnado en su ropa que llevo puesta mientras escribo, de cada risa y cada lágrima, de cada caricia, cada mirada, cada beso, del calor y la suavidad de su piel, cada latido, de cada palabra cruzada en la madrugada y cada palabra que jamás llegará a pronunciarse...



                                                                                                                                                                                                                                      

lunes, 13 de septiembre de 2010

So... remember

Son las 6. 14 de la mañana. La mayoría de gente, después de salir por la noche llegan a casa y se retiran a dormir. Yo, puesto que ya ha pasado la hora de abrazar el sueño, prefiero dedicar mi noche a escribir.
Tengo millones de ideas por plasmar, miles de temas que pensar, y esta noche me había propuesto reflexionar sobre mis propios pensamientos generales y filosóficos a mi manera. Pero solo una cosa ocupa mi mente una noche más. Y es que te echo de menos.

He conseguido despejar la tristeza divirtiéndome al salir con amigos. Pero es inútil intentar olvidar que no está junto a mí durante mucho tiempo. Incluso en pleno momento de distracciones le recuerdo, lamentándome de que no esté conmigo y de no poder compartir esos buenos momentos con él.
En cierto modo, he conseguido aceptar su marcha asumiendo la resignación como frecuente compañera. Aún así, es difícil. Me angustia contemplar sentada e impotente cómo los días trascurren, sabiendo que nunca más volverán, no del mismo modo, con las mismas circunstancias únicas y propias de este momento. Solo deseo aprovechar cada segundo mientras esté junto a mí, porque esos momentos ya no volverán. La idea de perder su olor y su presencia en la inmensidad me devora por dentro, me encoge el corazón y me encierra en la oscuridad, donde mi único rayo de luz son los recuerdos de esa magia inexplicable.

Aún así puedo asegurar que para mí es suficiente lo que me ha ofrecido durante todos estos meses, es suficiente solo con sentarse a mi lado en aquel tren. Por ello, no me siento conforme, sino profundamente afortunada. Sonreída por la suerte. La misma suerte que propició que esta historia llegase a ser parte de la realidad vivida por nosotros. Y esa suerte me regala unos días para estar con él, como una oportunidad más que no rechazaría por nada en el mundo. Y cuando el momento llegue, me embargará la pena y la melancolía. Pero será la nostalgia por algo vivido, añoranza aliviada por los recuerdos. Por la certeza de que ha sabido sacar lo mejor de mí. Por esa pasión intacta, congelada en vez de apagada por los errores y el paso del tiempo. Porque quizá sea su carácter efímero lo que lo hace todo más especial. Por un final abierto.

Y por una llama de esperanza que permanecerá siempre encendida, alumbrando con su tenue pero constante luz ese hueco vacío…

lunes, 6 de septiembre de 2010

Welcome to my mind


Hace varios meses que comencé a escribir un diario, y por primera vez en mi vida no lo he dejado abandonado como tantos otros atrás. Aunque no ocurra nada considerado como “importante” en mi vida, siento la necesidad de escribir, de desatar las innumerables ideas y sentimientos que se arremolinan en mi cabeza, empujándose unos a otros por ser plasmados en el papel. Muchos de ellos cruzan de forma fugaz mi mente y enseguida son olvidados, no llegando finalmente a quedar inmortalizados a través de palabras. Aun así, en ocasiones las palabras no son capaces de expresar muchos sentimientos, o bien al escucharlas admitimos sentimientos anteriormente  no reconocidos. A veces unas notas musicales otorgan más sentido. Y en otros momentos es el silencio el mejor y más eficaz sustituto.  Y es que no es fácil ordenar el caos que inunda las mentes humanas plenas de complejidad. Tampoco es necesario.
Con esto, pretendo compartir fragmentos de mi diario y atrapar esas ideas que vuelan de un lado a otro. Quizás provoquen en alguien esa sensación tan agradable de sentirse identificado con las palabras de otra persona y saber que no estás solo, sino que alguien piensa y siente como tú.
En fin, espero que os guste...