miércoles, 16 de noviembre de 2011

Escenarios

While you're reading... 



El frío ha invadido finalmente esta ciudad, donde las luces no hacen otra cosa que dejarse envolver por un halo de niebla y vapor mate. Me rodea un entorno cuanto menos diferente a aquel que me asediaba la última vez que escribí. Desconozco la razón por la que he dejado paso a tanto tiempo, el consuelo de las palabras es insustituible… 

Hundiéndome cada vez más en el colchón y entrañándome en el montón de mantas, mis pies se mueven estirándose y acariciando las sábanas, buscando un poco de frescor en aquellos territorios de la cama ahora fríos y sin movimiento, pero con memoria. Inmortalizadas las manos sobre su pecho, sumiéndose por capítulos en su piel mientras unos dedos trastean con un hambre insaciable entre sus huesos, otros dibujan con paciencia el impulso de los músculos y otros ajustan el compás con el fin de poner de acuerdo el latido cada vez más insensato que esconden con aquel que dista al otro lado. Hallar así algo llamado paz. Una paz jactanciosa, egoísta, únicamente conquistada por nosotros y por nadie más, momentánea, tras cuya marcha permanece enganchada a las paredes de esta habitación, todavía como una fina tela de araña por la que me dejo enzarzar; aun en el mismo aire que respiro la estela grácil de calor, olor, sabor, risa y una sola mirada perenne. En la puerta del sendero del sueño, mis dedos esperan por las noches no llegar a encontrarse con las palmas de mis manos al cerrarse, expectantes hasta el último momento con la esperanza inquebrantable de que sea su mano la que se entrometa intrusa entre ellos y les impida volver a reunirse.

Trying to keep you in Paris on my mind…

97 días de cambios constantes desde entonces. Tres meses intensos de preparativos, ilusiones, nervios, dificultades, recuerdos, inseguridades frente a lo desconocido, emoción y emociones. Tiempo de esperas, de descubrir y conocer, de aprender. De reforzar lazos, echar de menos y de despedidas. Sin olvidar jamás aquella despedida que sin saberlo, sería definitiva. Al fin y al cabo, de todos los demás fui quien mejor se despidió de él. Perdurará siempre mi última imagen sobre él aún en su sillón, el recuerdo de su sonrisa bordada por la edad y que, a pesar de algo perdida, continuaba manteniendo esa nota de cariño familiar. Recuperaré esa foto que me hizo cuando tenía algo así como tres años mientras ajena a todo dormía profundamente la siesta, y de la cual se sentía verdaderamente orgulloso; volveré a oír la melodía del tranvía de juguete que tanto me gustaba y que dijo que algún día sería para mí. Guardaré ambas cosas agazapadas junto al libro forrado que me dedicó y que tanto aprecio de El lenguaje de las flores. Su recuerdo quedará por siempre sellado en cada uno de los dulces dibujos de esas páginas amarillentas.  

Incesante vaivén de idas y venidas, de despedidas pero también de reencuentros. Después de dos años bañada en el aire descuidado de la indiferencia, soy devorada salvajemente por unas ganas alborotadoras que me causan una impaciencia incluso infantil de volver donde tengo tantos recuerdos y cada vez más personas con las que quiero pasar mis días. Impaciencia también por vivir una aventura que no me pertenece pero de la que quiero formar parte de algún modo. La ironía dejar entrever su sonrisa traviesa de autosuficiencia. 

A pesar de que no seamos capaces de reconocerlo, nos encaminamos persiguiendo una cierta estabilidad, huyendo de la rutina pero con cierta inquietud a veces pintada de cobardía hacia grandes develaciones. Desconocer lo que encubre el futuro puede tornarse desconcertante, de donde nace la naturaleza impredecible del riesgo. La naturaleza impredecible y caprichosa de la vida, gracias a la cual el precio de cada día que abrimos los ojos a la luz del sol llega a ser, sin discusión, impagable. Mudanza constante de escenarios donde representar las obras que se desean, descuidándose de bailar una canción que no ha empezado a sonar, solo dejándose guiar por el ritmo de lo que hoy es hoy. Porque yo no sé mañana…

Las calles de París ya no me parecen extrañas desconocidas, sino pretenciosas portadoras de felices anécdotas propias y recientes, decorados que ambientan y dan lugar a citas espontáneas y diarias y citas esperadas. Citas que enredan entre sí vínculos cada vez más fuertes, como una hermosa planta de jardín que, sin que nadie sea lo suficientemente observador para distinguir cada paso que da, trepa cada vez más arriba en un árbol que se deja conquistar exponiéndole gustosamente sus ramas.

Parece que nuestra vida aumenta cuando podemos ponerla en la memoria de los demás: es una nueva vida que adquirimos y nos resulta preciosa. 

Montesquieu

Quizá sean esas citas afortunadas quienes le dan el sentido merecido a esos lugares sin dueño…



viernes, 12 de agosto de 2011

Rising at sunset


 


La luz  rojiza escondiéndose por las esquinas y el olor de las velas y el incienso me hacen creer por momentos que aún me encuentro en mi antigua habitación de Sevilla a la que no podré nunca jamás volver. Aspiro el aire dulce impregnado de canela y se me antoja una ramita que saborear, pero deben haberse acabado porque no he encontrado ni rastro en el mueble de las especias de la cocina.

Como siempre, pasan unos minutos incontables en los que las palabras aún no escritas esperan pacientemente su existencia visible. Permanezco enzarzada en una vorágine caótica, narcotizada por esa amalgama de pensamientos e historias que se retuercen hasta derivarse con una rapidez sorprendente, para frenarse en el segundo en el que mi mirada tropieza con una de las llamas que zapatean con movimientos risueños trenzando figuras que se alzan y mueren en el mismo instante. La base sutil de violines y cuerdas pulsadas de guitarras bajo las melódicas y susurrantes voces de Kings of Convenience instigan mi propia deformación de la realidad, provocando que, por periodos inmedibles de tiempo, los minutos se congelen. Pero te necesito a ti para que esos minutos puedan llegar a vestirse con el sedoso y ligero traje de las largas horas. Te necesito a ti para lograr que ese traje ondee sometido a la impetuosa brisa del mar.

There are very many things that I would like to say to you but I lost my weight and I lost my words...

Mi corazón sonríe esta noche y casi es capaz de auscultar el rugido de esas olas descargando con pasión contra las rocas amontonadas. Recordando con todo detalle cada instante, cada inspiración y espiración, hasta llegar a aquellos momentos en los que la intensidad me llevaba a perder todo control posible, rechazaba los atisbos de una racionalidad seca y restante y me abandonaba a nuestra suerte, y esa respiración pausadamente latente y tutelada se tornaba una masa soberana de suspiros, abrazos fusionados y mordiscos despeinados y revueltos en un amasijo de besos y caricias ansiadas con impaciencia.

Y jugamos a ser dos gatos que no se quieren dormir…

Tengo la suerte de ser capaz aún de recordar con precisión y medida. Resistir hasta que el sueño me ordenaba dejar caer mis párpados macizos de plomo por ver cómo dormías, ausente de este mundo a pesar de la incidencia del sol del mediodía apenas atenuado por los cristales del coche, marcando tu presencia con una respiración remisa y profunda. Que de nuevo el tiempo, ajeno a nosotros pase de largo como si no conociese nuestra existencia, haciendo las despedidas eternas mientras nos absorbemos mutuamente en un círculo vicioso, en un bucle inacabable de miradas encadenadas. 

Hasta que, con un corazón dibujado con el dedo sobre el cristal, se corta la cadena y en mi mente resuenan frases sueltas de Vetusta anudadas a mí desde el día anterior.

Ya es hora de intercambiar su fuego por palabras, ya es hora de replegar las alas rumbo a casa…

Como despertar con un cubo de agua fría, la cara mojada y fría por las lágrimas que brotaban con vigor mientras distinguía por la ventanilla del avión un mar de nubes vacío, que tenía derecho a despreciar después de haber acariciado la suerte de contemplar el más bello atardecer de mi vida. Indiferente a la mirada comprometida y disimuladamente indecisa del hombre junto a la ventana, buscaba entre mis labios el último rastro de su sabor. No quería admirar ese mar de nubes, sin tonos anaranjados, sin línea amarilla, sin olor a naturaleza viva ni su frescor, sin risas, galletas, carretes ni complicidad.

¿Volver al punto de partida?

-Al menos hemos estado viendo la misma luna.
-Algo más que nos une.
-Sí…
-Me ha gustado comentar algo que estábamos viendo físicamente ambos.
-Parecía que estábamos más cerca.
-Las largas distancias también unen de alguna manera.
-Tampoco la distancia es tan importante como creemos.
-Pues no, aunque nos hagan creer que así es.

No, ahora puedo reconocerme en sus fotos y contemplarle en las mías. Ya no sueño con los momentos que nunca viví, me abstraigo imaginando los nuevos que viviré. Pero en base a aquellos que tengo la fortuna de poder recordar.

Aunque a veces me cueste creerlo, eres de verdad. Y te he encontrado.

Gold in the air of summer, you shine like gold in the air of summer…






sábado, 18 de junio de 2011

Me, my mum and our sunflower fields

While you're reading...




En la pequeña pero acogedora terraza de mi casa recojo molesta mis piernas en la silla de tela evitando los mosquitos que, atraídos por la débil luz de la lamparita, acuden directos a mi piel. A pesar de ese fastidio, prefiero permanecer en el frescor de la noche, intercalando las teclas con breves ojeadas por encima de la baranda del balcón, observando la calle intacta, paralizada. Los focos que iluminan la piscina acaban de apagarse, y la brisa que durante todo el día se ha mantenido distraída tejiéndome enredos en el pelo con una habilidad admirable—quien además desde hace ya un buen tiempo se ha olvidado del ruido tajante y metálico de las tijeras—se ha amansado hasta caer dormida, instigada por el cansancio y el frenesí del día. Esta mañana, en cambio, conspiraba con las olas del mar aunque este, apasionado también por su parte, acariciaba cariñosamente con sus olas más débiles y cálidas a unas gemelas adorables sentadas en la orilla. Con sus bañadores fucsias y sus dos coletas a los lados miraban el mar con inocencia y sin prudencia, cogidas de la mano. Se miraban y, sin que su corta edad supusiera un obstáculo, entre ellas latía una palpable complicidad. 

No hay nada como caminar sola dejándose llevar por la calma, sintiendo en los pies la humedad fría y rugosa de las olas del mar y las finas gotas que salpican con cada movimiento, mientras los cascos me corean la canción de Corazón de Jarabe de Palo, seguida en el orden por Me gusta cómo eres. Caminando pausadamente y arrebatada por la versatilidad de la masa pesada de olas, aguanto las ganas de cantar y bailar con el ritmo de la música en mis oídos, y en esos momentos soy feliz. Soy feliz observando los detalles de todo aquello que se encuentra al alcance de mis ojos, los cuales registran ávidamente la calle y las expresiones abstraídas de las personas que la transcurren. Soy feliz escribiendo después sobre ello en el tren, donde el suave traqueteo se traduce en la vibración de mis letras sobre el papel. Unas hojas sueltas contienen mis impresiones sobre la belleza de la caída del sol y el crisol de tonos pasteles sobre las nubes vaporosas casi extintas, la viveza del verdor de los extensos campos que se sume en una completa oscuridad silenciosa donde los altos y majestuosos girasoles todos a una agachan con tristeza sus miradas a la orden del grito de la noche, que rompe el silencio de la brisa entre sus frondosas hojas.  Soy feliz cuando mis pestañas rozan el cristal templado de la ventana, cuando ahueco las manos pretendiendo distinguir el límite de las figuras que vuelan fugazmente en mi camino. Cuando la luz ha huido tan lejos que se ha llevado consigo hasta sus más tímidas y sutiles gotas de color, y el reflejo de mis rasgos y de las personas dormitando al fondo son las únicas imágenes que mis ojos son capaces de atrapar y hacer suyas. En los momentos en los que cierro los ojos y dejo de mirar el reloj mientras unas estrambóticas hermanas cantan con sus voces agudas:

I’ll always be by your side, even when you’re down and out…

E irónicamente, desde el primer momento de aquel día en el que mis párpados se despegaron para contemplar mi cuarto atestado de penumbras, mis recién cumplidos 20 años de vida se me abalanzaron con ánimo de defensa como un animal inquieto y desconfiado. Como un día rutinariamente normal, las horas transcurrían como pétalos que planean hasta posarse en el suelo sin alterar nada a su alrededor. La principal diferencia es entonces la necesidad de aquellas personas que más importan, por mucho que mi inconsciente busque con esmero una forma de evadir tal vulnerabilidad, una manera de independencia, de cierta indiferencia. Hasta que todo estalla en una explosión y las lágrimas toman las riendas de qué hacer; ellas me asedian hasta conseguir que mis dedos busquen el número correspondiente al primer nombre que aprendí a pronunciar.  La voz se  me resquebraja como la corteza seca de un árbol que echa de menos el agua insustituible para vivir, para crecer alto y robusto. A mis oídos llega a través del teléfono su tono de sorpresa ante tal llamada, de preocupación ante unas palabras tan sencillas, apenas entendibles a causa de la emoción incontenible. Un te quiero tan fácil de ofrecerle a algunos y en cambio tan difícil de regalarle a ella. 

¿Y si pasara cualquier cosa y no pudiera decirle lo que significa para mí? ¿Y si jamás pudiera saberlo porque no se lo dije? Después no habría vuelta atrás… ¿Lo recuerdas, Cris?

Quizá solo por eso ha merecido la pena cumplir 20 años. Por eso, por cada uno de los mensajes recibidos y cafés compartidos, por esos vídeos en los que aparecen mis amigos alrededor de esa vieja mesa torcida atestada de velitas para cantarme el Cumpleaños Feliz, por soplar las velas de la tarta que, a pesar de los 10 días de retraso, hoy he podido saborear con glotonería en el sofá de mi casa. 


Porque hay veces en las que no todo resulta ser como habíamos pensado… 





viernes, 3 de junio de 2011

Above the clouds


While you're reading...

 


Aunque no me decida a permitirme una tregua en el estudio, de igual manera, con mi consentimiento o sin él, mi cabeza se alza rebelde sobre la cantidad desordenada de apuntes repetidamente subrayados y señalados. Sin permiso extiende sus alas y, alimentada por la necesidad de descansar, y en especial por el dulce a la que vez que amargo perfume de la soledad, planea sobre mí y sobre todos los trastos que hacen mi habitación más subjetiva y confortable.  Tras dar con energía los primeros aleteos comienza a ganar altura y, aprovechando la estrecha rendija de la ventana se cuela  velozmente y sin dudarlo, saludando al calor de junio que regresa silenciosamente. Consciente de que el tiempo apremia y los apuntes esperan impacientes, disfruta de esos vuelos perecederos de libertad zafándose de la prisión del deber,  de lo correcto, de lo posible, de lo real. Viaja en el espacio y en el tiempo a su antojo caprichoso. Y de nuevo sin mi propia aprobación, pliega sus alas y pone los pies en el suelo resbaladizo de la invención, en instantes que forman parte de la ficción más íntima. Aún así… ¿qué es real? Lo que se me permite ver, palpar, oler, sentir. En mi imaginación puedo recrearme en todo eso. Sin embargo,  en un solo segundo todo se desvanece… 

A pesar del largo viaje, desde esa distancia lejana e inalcanzable, percibe el compás grácil de un sobrecogedor artificio de The Cinematic Orchestra, Arrival of the Birds, con la misma intensidad que mis oídos. Avivada por la compañía de esas notas, espera inútilmente encontrar entre la corriente constante de miradas perdidas, el impacto de la claridad precisa y sincera de una de ellas, aquella que consiga enardecer la intensidad de su corazón y darle la espalda a los fríos barrotes del miedo. Corrompida  por las notas esperanzadas, inspira e hincha los pulmones con el aire polvoriento de esa realidad, dejando después permanecer restos de ese polvo del camino de aquí en adelante. Ese aire viciado de ilusión es un arma y un refugio, una perversión dañina y a su vez el apoyo más fuerte, el vigía más fiel velando siempre por aventar el temblor de nuestras rodillas. 

Contemplo la brillante e inmensa oscuridad del cielo y culpo a las insistentes luces de la ciudad por atemorizar el fulgor de las estrellas. El mismo cielo, la misma luna que se luce para todos. Y mi juicio osado e infantil abraza la intención de escuchar la respiración de personas y lugares  aún desconocidos con la idea de forjar presunciones de débil cordura con aquello que ocurre en parajes lejanos pero acogidos bajo el mismo manto de terciopelo negro, en este mismo momento.


 La lógica te llevará desde la A hasta la B. La imaginación te llevará a todas partes.  
                                                                                                                                Albert Einstein

Con la ambición de simular el frescor de la libertad, días atrás me mantenía suspensa en el agua limpia de la piscina, alcanzando a oír los gritos acolchados de niños jugando, absteniéndome de casi todo movimiento, sintiendo en cada poro de mi piel como la unión de frías gotas me ayudaba a existir sin rozar con el suelo un solo átomo de mi cuerpo. En ese momento recordé envidiosa el vuelo de los vencejos y cómo mis ojos de ocho años se pasaban tardes enteras atentos a cada mínimo aleteo, cada uno de los bailes presuntuosos en el cielo, anhelando con fervor ser uno más de ellos:

¿Ves qué vuelo tan hermoso? Ellos no vuelan como los gorriones, sus alas planean en el aire con total libertad, se alejan y pueden volver cuando lo deseen, jamás se dejan caer en picado…

Él me enseñó a codiciar el vuelo de los vencejos y a hacer pequeños y coloridos búhos con dos pompones de lana entremezclada y un par de ojitos de plástico. 

Él me enseñó a soñar. ¿Por qué no dejarnos llevar por ese viento que arrastra consigo el límite de piedra que divide lo posible de lo imposible? ¿Por qué no tenderle nuestra mano a la justicia y a la valentía necesaria para luchar por esos sueños, por qué no compartirlos? Aquellos que nos toman por locos e ingenuos son los mismos cuyo coraje se siente tan insignificantemente empequeñecido que no es capaz siquiera de intentar dar un mínimo paso hacia aquello que tanto anhelan.  ¿Por qué no fruncirle el ceño a la pereza, al conformismo y al hastío, a los que hacemos dueños de nuestro albedrío con cada exhalación? ¿Por qué no despertar de ese persuasivo letargo? ¿Por qué no cambiar? ¿Por qué no pretender el apoyo para hacer de esos sueños nuestra realidad? Para que no sea eclipsado en un parpadeo por voluntades ajenas…

 El coraje no siempre ruge. En ocasiones es la tranquila voz del final del día que dice: "lo intentaré de nuevo mañana".
                                                                                                     Mary Anne Radmacher

Cada día que vuelvo a casa antes de que el metro se oculte en la oscuridad del túnel subterráneo, este pasa velozmente junto a un muro en que mis ojos son capaces de leer con avidez: hola vida. A quien sea que escribiese algo tan sencillo supongo le gustaría saber que algo tan simple y tan cierto sella siempre una sonrisa. ¿Algo más? No, nada.

¿Por qué no darle la bienvenida a la vida?  




Hola…



jueves, 26 de mayo de 2011

Irrationnelle

  

 While you're reading...






Empezar siempre es lo más difícil. En estos dos meses que han transcurrido pensé que tenía mil cosas que hacer antes que pararme y dedicar un merecido rato a las palabras. Durante todo el día coexistimos con el vaivén de miles de palabras que se cruzan de un lado a otro, muchas más de las necesarias. Me apena de veras el escaso valor con que son honradas, cómo los secretos escondidos tras ellas son cada día ignorados. Nos empeñamos por olvidar todo aquel respeto que debemos a las palabras por su similitud a un pincel para dibujar y enseñar todo aquello que creemos digno de ser mostrado, manifestado, convertido en una idea que de propia e íntima creación torna a ser compartida. Si fuésemos honestos con nuestras propias palabras… si les otorgáramos el valor que estas merecen por derecho a su existencia, un sincero y revelador silencio sería soberano de nuestros días, y las palabras mencionadas serían cuidadosamente escogidas, apreciadas y distinguidas por cada uno de sus matices originales. No serían pronunciadas en vano ni entrelazarían las manos con la cobardía para abrigar a los engaños humanos del frío de la verdad.


Mi mirada cae encandilada por momentos por la llama inquietante y cautivadora de las velas. Con imperceptible lentitud, van reduciéndose en un mar de cera, su tamaño es cada vez más pequeño. De un suave soplido puedo apagarlas y detener la llama, interrumpir de pronto su pausado desvanecimiento y paralizar su curso. Todo queda intacto, permaneciendo solo una delgada y oscura columna serpenteante de humo; el calor también ha desaparecido. Si pudiera hacerlo con el tiempo… soplar la llama que evapora las horas y suspender ese momento, cuando sepa que ya ha llegado…


Pero la llama continúa. Quiero que se desvanezca, pero es más fuerte que todo el aire que puedan acoger mis pulmones, es inevitable. Sin embargo, en lugar de desesperar, cuidadosamente me acerco y aspiro el leve aroma de la cera derritiéndose a la vez que la tenue luz del fuego se extiende y recorre mi piel como una caricia de seda. Ese calor es la esencia, su ardor es lo que ilumina, lo que da vida. Me rindo y dejo que me envuelvan sus tonos azulados.


Nos quedan muchos más regalos por abrir, monedas que al girar descubran un perfil, ya empieza el celofán…


Han pasado muchas cosas desde la última vez que escribí. Nada, y a la vez todo ha cambiado. He cometido errores aún sabiendo que me hundía en la equivocación, pero de los que sabía que no me arrepentiría. Aquellos pasos atrás fueron la ayuda para coger el impulso hacia delante, un salto tan enérgico que si algún día la melancolía viene a buscarme y se me antoja volver la vista atrás, ese empujón me habrá llevado tan lejos que no recordaré qué es lo que buscaba allá atrás, en ese camino que ya fue suficientemente recorrido. Entonces, ante esa breve pausa, me encogeré de hombros e intoxicada por aquella ilusión que no desertó ni en los momentos más difíciles, me decido a enfrentar las nuevas experiencias de ese camino de arena blanca que se abre ante mis pies, liso, levemente agitado por una suave brisa marina. Un camino preparado para, con determinación y ante todo valor,  dejarse bordar con cada huella, mientras sonrío al sentir como mis pies se hunden hasta los tobillos, dejándose vencer por cada grano de arena… 




Porque, al igual que en la canción que estás escuchando, ahora viene la mejor parte. 
 





viernes, 25 de marzo de 2011

And I hope you trust this heart behind my tired eyes

While you're reading... 


 

Estaba a punto de desistir a la idea de escribir. Hay momentos en los que necesito hacerlo, pero ni siquiera soy capaz de decidir a qué dedicar mis palabras. Supongo que, al fin y al cabo, eso es lo de menos. Escribir es para mí como raspar con los dedos un pequeño resquicio, una grieta por la que se escapan ávidamente pensamientos propios, sensaciones, vivencias, percepciones, muchas de ellas sorprendentemente personales, entremezcladas y escondidas entre el bullicio de hechos irrelevantes y cotidianos. Mientras esa pequeña grieta vuelve a dejar traspasar un suave pero conocido fulgor, mi imaginación fusiona la voz aterciopelada de Dido en Quiet Times con las palabras que florecen con paciencia de un caos que toma cuerpo y un cierto y ligero toque de orden cuando mis dedos recorren con rapidez las teclas. Un título de canción un tanto irónico, por cierto...

Han ocurrido tantas cosas desde la última vez que me detuve a escribir… Es impresionante como esa transformación jamás llega a su fin, manteniéndose en un constante vaivén, que cambia de dirección con un soplo de viento libre y contrario, al despertarnos una mañana y contemplar la realidad con un nuevo matiz, con los ojos empañados por el vapor esperanzador, triste o quizá prometedor de un nuevo y primer comienzo. 

Cada día que dejamos atrás se lleva con él la piel muerta de las horas pasadas, restos secos de ilusiones y de inseguridades, experiencias ajenas e interiores que nos hayan hecho sentir satisfacción o decepción, sea lo que sea, quedó atrás. Con cada nuevo amanecer despierta una nueva versión de nosotros, suave o bruscamente pulida por el impacto en nuestra piel de cada minuto que transcurre, de cada palabra que es pronunciada y la forma en que lo hacemos, cada gesto que recibimos, ya nos dejemos llevar o nos sintamos inmunes ante la voluntad ajena. Y desde que nuestros pies se atreven a abandonar la tentación que supone el calor envolvente de las sábanas, alejado del resto del mundo de ahí afuera, desde ese preciso instante, pretendemos entrelazar nuestros dedos con el esfuerzo por no volver a cometer los mismos errores. Hoy la frase  de la escritora Concepción Arenal me ha arrebatado una casi imperceptible afirmación con la cabeza mientras permanecía sumida en la lectura. El hombre que se levanta es aún más grande que el que no ha caído. Y así como tememos fracasar, nos sobrecoge siempre la posibilidad de fallarle a quien nos importa, de mil maneras posibles. Hasta que llega el día de ser consciente de que nosotros mismos somos una de esas personas a quienes deberíamos evitar fallar. No es fácil, a pesar de parecerlo.  

Only a change of mood, sun goes down, someone says something to quick or to soon
A touch not made, one made too late, armies of words cannot hope to contain...

Then it comes and it goes.  And I have no control.

Las canciones siempre suenan en el momento más indicado, al igual que las frases célebres. Puedo pasarme ratos leyendo pensamientos que personas, en mayor parte comúnmente conocidas, resumen en un par de líneas. Me siento profundamente identificada con muchas de ellas, otras me hacen reflexionar por primera vez sobre muchas cosas y plantearme otras tantas.

Some days I can think clear and some days I won't
Sometimes I can feel it and suddenly it's gone...
Some days I am strong and some days my skin’s broken and thin

Todo cambia, varía, evoluciona. En un año, unas semanas, en un día, unas horas, el tiempo no importa, es relativo, como la mayoría de cosas que nos rodean. Las circunstancias, nuestra manera de pensar, nosotros mismos. Y todo ello se moldea cada segundo, en constante cambio. No todo es progresivo. De pronto el corazón se vuelca y un buen día comprendes muchas cosas que tu razón mantenía en suspensión. Otras veces  tus propias palabras caen sin fuerza, marchitadas sobre ti al amar aquello de lo que siempre habíamos renegado. Todo aquello que aguardaba en la oscuridad del desconocimiento, y en cuestión de segundos aprendes lo que años de vida no fueron capaces de mostrarte. O quizá no era tu momento…

Después de años sin escuchar las notas más que familiares de Dido, descubro una canción llamada Paris. Finalmente conseguí hacer realidad ese viaje a Londres que tanto tiempo llevaba deseando, y cuando paseaba sola admirando la variedad desconocida y agitada de Camden Town a través del objetivo de mi cámara analógica mientras esperaba la llegada de cierta persona, intentaba dar una explicación a cómo había ido a parar allí de esa manera. Me hice la misma pregunta escuchando The Irovy (¿o era Ivory?) Heroes tocar en un barco a orillas del Támesis, contemplando junto a Cris la trayectoria del globo que dejó escapar en aquel puente desde el que teníamos la suerte de contemplar unas vistas increíbles de la ciudad. De la misma forma, aún me esfuerzo por asimilar mi próximo año en París y todo lo que ello supondrá.

Amo el modo en que la niebla de ese futuro indeterminado envuelve la vida de cada uno de nosotros. Una niebla que con el trascurso del tiempo necesario se disipa justo lo necesario para que aquellas formas sin definir adapten las formas de nuevos rostros en nuestras vidas, expresiones que jamás hubiésemos esperado, siluetas de edificios desconocidos, un nuevo porvenir…

Una nueva oportunidad.








domingo, 30 de enero de 2011

Rootless tree

While you're reading...

 


Por primera vez en muchas semanas vuelvo a encontrarme sosegadamente acogida entre la calidez de las sábanas mientras, como siempre, la incesante oleada de notas fluye desde los años 60 hasta cada poro de mi piel, hasta la última imperfección de mi cuerpo. Como muchas otras noches, la serenidad del jazz reina en el ambiente.  Bill Evans, Miles Davis, Billie Holiday… ¿Qué hora es? Me es indiferente.

Después de todo este largo y tedioso mes de estudio, dispongo de unos pocos días de completa libertad y tranquilidad antes de volver a mis obligaciones. Unos días con ansia esperados, en especial para poder dedicar algo más de tiempo a todo aquello y aquellos que requieren mi atención, absorbida en su totalidad hasta hace poco por montones de apuntes garabateados y cada vez más arrugados, convertidos en plomo por el peso contundente de la responsabilidad. A mi alrededor, el rumor inquieto y a cada minuto más enérgico de decenas de estudiantes poseídos por el estrés. Simulan estar al filo de un abismo sin retorno, de nada más y nada menos que la muerte o lo que parece ser lo mismo, los exámenes. Ese rumor constante es consecuencia de repasos en voz alta, de charlas de apoyo y compasión recíproca pero también de conversaciones en el fondo nacidas de una rivalidad en ocasiones incluso declarada. Personas que atribuyen el lastre de una vida y de todos sus aspectos a ese compromiso, dedicándoles el tiempo en entrenarse para ser mejor que el resto, para destacar sobre esa mayoría, para creer que de ese modo su vida estará resuelta.

Como leí hace poco, nadie en esta vida juega con cartas marcadas. No consideran como error apartarse a un lado para permitir con indiferencia el paso a un tiempo increíblemente valioso, persiguiendo con perseverancia las metas de ser mejor que es resto. Quizá los objetivos que me esperan al final de mi recorrido no sean todo en mi vida, sino algo muy importante que no debo descuidar en ningún momento, pero que de hecho está ahí, al final. Antes decido, puesto que me acompaña la suerte de un aquí y un ahora como único ser asegurado, aprovechar todo aquello que el presente nos brinda. Yo sola tengo el poder de elegir cómo quiero marcar las huellas a lo largo de ese camino, si quiero que estas dibujen una línea recta hasta el final o si prefiero que esas huellas sean también perfiladas por las personas y vivencias diarias, entretenerlas en los rincones más escondidos y aprender de ellos lo que no se aprende en los libros. Al final seré representada por unos resultados más pobres, pero si no fuese así, lo que me identificaría serían unas simples cifras. Quizá haya preferido coger aire de unas buenas carcajadas después de bailar Maimbê Dandá con un duendecillo de rizos definidos, y aprender el valor de lo que al fin y al cabo me construye, moldeando con suavidad cada pequeño matiz día a día. Lo que números no pueden reflejar ni perpetuar. Y un Blues de la Frontera…

Y no has notado que has vivido cuando pasa la vida… Pasa la vida…

Pasa la gloria, nos ciega la soberbia pero un día pasa la gloria y ves que un día de tu obra ya no queda ni la memoria…

Dejo caer mi cabeza hacia atrás, miro al techo y millones de pensamientos que cruzan  fugazmente dejan una estela brillante. Mis párpados caen, y dejo de pensar durante unos instantes mientras me concentro únicamente en el piano que suena dentro de mi cabeza, como una invención más, aportando a las ideas, miedos y anhelos de ahí dentro una tonalidad diferente. Abro los ojos, no quiero entregarme aún a los brazos persuasivos del sueño. Ciertas notas me hacen pensar que esta noche quizá prefiera corretear tras las sombras caprichosas de los recuerdos, muchos de ellos para, poco a poco relevarlos a un rincón cerrado de mi memoria y refugiarme al calor de mi propia lumbre, un nuevo camino, sin dejar pequeñas migas de pan, sin mirar atrás.

Pronto me asomaré a la ventana y contemplaré el destello tornasolado de la mañana sobre las nubes de febrero, el comienzo de un nuevo mes, un nuevo día, un nuevo momento para empezar otra vez. Una oportunidad más para cerrar puertas tras de mí, para sellar ciclos ya terminados que no volverán jamás. Para coger la fuerza y el tiempo necesario para enfrentarme a ello y volar lejos, muy lejos, y no regresar con la llave a la misma cerradura, para no volver a abrir la misma puerta y cometer el mismo error. Para, sin perder el tiempo preguntándome por qué, encontrar la armonía en mi pasado con el fin de que así, mi presente resplandezca tanto que no tenga que perseguir el fulgor muerto de sonrisas pasadas. Para poder comenzar nuevas etapas cuando desconozca el remoto paradero de esa llave.

Y en el momento ser consciente de que un día la perdí,  de que se me debió caer en algún charco profundo, sin darme cuenta. De que llegó a perder su valor y la dejé resbalar hacia la oscura neblina del olvido…