domingo, 24 de octubre de 2010

Goodbye

While you're reading...


A  pesar de que en mis oídos resuena la  nostálgica melodía de Devotchka, llego a percibir los constantes ruidos de sillas al arrastrarse contra el suelo, bolígrafos al ser soltados con indiferencia sobre los espacios libres de las mesas que no son ocupados por libros, ordenadores, pequeños vasos que guardan restos de café, ya tan frío como el agua contenida por el plástico de las botellas. Ocupando como intrusa  uno de los sitios libres de la sala de estudios de la facultad de Derecho, miro a mi alrededor. La sala se vacía considerablemente cuando los estudiantes abandonan temporalmente sus asientos y sus obligaciones serias y profesionales para salir a almorzar. Anteriormente envuelta en una multitud inquieta, ahora rodeada de unas pocas personas en asientos salteados a lo largo de la sala, enfrascadas en su futuro. Igualmente sola.
Esto me recuerda a la costumbre de cada día camino a la facultad, cuando aguardo a mi parada en el interior del metro mientras Harry Nilsson me susurra la atmósfera que me encierra, como si estuviese a mi lado:

I don't hear a word they're saying,
Only the echoes of my mind.
People stopping staring,
I can't see their faces,
Only the shadows of their eyes…
  
Durante el trayecto, a pesar de la alta velocidad física a la que avanzamos, el tiempo es capaz de detenerse súbitamente en el cruce de dos miradas desconocidas, cuando millones de sensaciones son transmitidas en lo que realmente es un intrascendental segundo en nuestras ajetreadas y rítmicas vidas. Un instante en el que dos vidas ajenas comparten el misterio, y quizá la atracción de vínculos completamente extraños y a la vez tan comunes. Una veloz y perecedera historia, mientras la imaginación vuela sobre las vidas de esas personas situadas a tu alrededor, inconscientes de tu existencia y tu mundo interior, de tus miedos y sentimientos tan increíblemente similares a los suyos propios. Algunas de ellas esquivan miradas fijas y penetrantes, reforzando un muro defensivo contra la intromisión de otras consciencias en su compleja intimidad, con su valor tan fascinante y único, por esa exclusividad en cuanto a que no hay persona ni vida igual a otra persona y a otra vida, ambas tan complejas.

Cuando somos pequeños, todo es más fácil. Solo nos percatamos de la sencillez de las cosas, y sentimos la necesidad de etiquetarlo todo. Quién es bueno y quién malo. Con el paso de los años nos damos cuenta de que todo va mucho más allá. Que la vida está plena de prejuicios hasta el último rincón y que las circunstancias son definitivas en los actos de las personas. Y  pesar de sonar como tópico, nunca se puede decir nunca...

Nuestras vidas, dictaminadas por las circunstancias y nuestras decisiones, tan distintivamente propias. Afortunadamente, contamos con personas que están siempre ahí, como pilar fundamental y ante todo, apoyo incondicional, que nos aconsejan y pretenden lo mejor para nosotros. Pero al fin y al cabo, somos nosotros quienes, para bien o para mal, elegimos qué y cómo vivir, y quiénes queremos que permanezcan a nuestro lado. Somos nosotros quienes hemos de pasar a través de nuestros errores y aprender de ellos, quienes a partir de las experiencias, pretendemos remendar el daño y el dolor causado en nosotros mismos y en los demás después de haberlo sufrido y aceptado. Quienes debemos o no, arrepentirnos. Y hay que ser conscientes, aunque no sin impotencia, que en ocasiones no podemos evitar las equivocaciones de los demás ni la decepción y el daño que estas nos causan.  Y aunque nos provoque un profundo dolor, dónde establecer el límite cuando sabes que, después de todo, ha llegado la última oportunidad.





Cuándo decir adiós…


martes, 19 de octubre de 2010

..........

While you're reading...



El sueño me vence a pesar de permanecer sentada en primera fila, escuchando las palabras en francés que emergen con energía desde la izquierda. No debería escribir ahora, pero creo que es la única forma de mantenerme despierta. Al menos de esa manera capto alguna de las ideas expuestas en clase, zambulléndose en el mar de pensamientos que me inunda  y siendo inmediatamente absorbida por las millones de gotas inquietas que forman parte de él.


Los días transcurren con tal ligereza que no soy consciente de que tras ellos

1. Intégrations professionnelles
2. Accord et suivis personnalisés
3. Accords économiques
4. Combat d’accueil et d’intégration à formation gratuite
5. Immigration choisi

se alzan las semanas , y no mucho más tarde, los meses. Ni aún a estas alturas se establece en mi vida una rutina. Cada momento es único, no existirá jamás un instante idéntico a otro ya pasado o pendiente por llegar.

Ali, ¿sabes qué es un “tinto” en Colombia?
¿Qué?
¡Un café expreso!

Como decía, las circunstancias nunca son las mismas, ni tampoco nosotros. Aún así, siempre hay ciertos “ritos” que se repiten cada día y se convierten en costumbre, que imponen un determinado orden, y que son echados en falta y valorados solo durante  su ausencia, mientras que cuando permanecen ahí son tristemente ignorados. Abrimos los ojos (o lo intentamos cuando la voz de Chris Martin rompe el silencio con su melodía Life in Technicolor ii) hasta  la noche, cuando el cansancio y Sigur Ros se dedican a cargar nuestros párpados de un peso irresistible que nos indica el camino al surrealismo de los sueños. En todo ese tiempo esa rutina ocupa prácticamente todas las actividades diarias. Pero nunca reflexionamos sobre la rutina que embarga nuestro interior, una estabilidad a que estamos habituados, acostumbrados a no solo hacer las cosas siguiendo una línea marcada por las huellas de caminar cada día en la misma dirección. También estamos acostumbrados a sentir. Nos agarramos a una permanencia, a una seguridad, y sentimos miedo si esa estabilidad se ve amenazada por algo nuevo, fuera de lo establecido, de lo “normal” en nuestros días. Por la cobardía, por el miedo a lo desconocido, a cambiar, a equivocarnos, a fracasar, a arriesgar…

Es así como dejamos pasar oportunidades únicas y efímeras que nos salvan de ese orden, de aquello que teníamos planeado. Pero, ¿no es esto lo más emocionante de la vida? Su carácter sorprendentemente incierto. Y el privilegio que tenemos en nuestras manos: el de poder elegir si sobrevivir nuestros días o vivirlos. ¿De qué sirve plantearse el futuro hasta el mínimo detalle si luego quizá lo único que permanezca son unos esbozos a lápiz? Y si dispongo de algún plan es el de evitar trazar planes…

Muchas cosas de las últimamente acontecidas no han sido planeadas en ningún momento. Además, gran parte depende de las circunstancias que nos rodeen y decidan, en muchas ocasiones, por nosotros. Las mismas circunstancias que nos regalan esas oportunidades para cambiar,  esos instantes de suerte que están ahí, solo para ti, para que decidas si quieres arriesgarte por ellos o dejarlos marchar aún siendo consciente de cómo podrían haber alumbrado tus horas. Porque siempre nos arrepentimos de lo que no hacemos.

Me arrepentiría ahora mismo y lo haría toda mi vida si no hubiese dado media vuelta para deshacer mis pasos y  encontrar ese jersey rojo entre la multitud, una vez más.




domingo, 10 de octubre de 2010

Del color del trigo


While you're reading... 



“—Mi vida es muy monótona –dijo el zorro. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro un poco. Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sol. Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan a nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaría el rumor del viento entre las espigas...
El zorro calló y miró un buen rato al principito:
—Por favor... domestícame —le dijo.
—Bien quisiera —le respondió el principito pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y conocer muchas cosas.
—Sólo se conocen bien las cosas que se domestican —dijo el zorro—. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!
—¿Qué debo hacer? —preguntó el principito.
—Debes tener mucha paciencia —respondió el zorro—. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré de reojo y tú no dirás nada. El lenguaje es fuente de malentendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...
[…]
De esta manera el principito domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando el día de la partida:
—¡Ah! —dijo el zorro—, lloraré.
—Si lloras será culpa tuya —le dijo el principito—, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido que te domestique...
—Así es —respondió el zorro.
— Entonces, no has ganado nada.
—Si he ganado –dijo el zorro-- a causa del color del trigo.

Después añadió:
—Vete a ver las rosas; comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás a decirme adiós y yo te regalaré un secreto.
El principito se fue a ver las rosas y les dijo:
—En realidad no os parecéis en nada a mi rosa, ni sois nada todavía. Nadie os ha domesticado ni vosotras habéis domesticado a nadie. Sois como era mi zorro, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros. Ahora que lo he hecho mi amigo es único en el mundo.
Las rosas se sentían molestas oyendo al principito, que continuó diciéndoles:
—Sois realmente hermosas, pero vacías. Uno no se siente impulsado a dejarse morir por vosotras. Pero ella sola es para mí más importante que todas vosotras juntas, porque  ella es la que he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué con el panal, porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas ) y es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse o mantenerse callada. En fin, ella es mi rosa.
Y volvió con el zorro.
—Adiós —le dijo.
—Adiós —repuso el zorro—. He aquí mi secreto. Es muy sencillo. Consiste en que no se ve bien sino con el corazón; lo esencial es invisible a los ojos.
—Lo esencial es invisible a los ojos —repitió el principito para acordarse.
—Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella.
—Es el tiempo que yo he perdido con ella... —repitió el principito, a fin de no olvidarlo.
—Los hombres han olvidado esta verdad —dijo el zorro—, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa...
—Yo soy responsable de mi rosa... —repitió el principito a fin de recordarlo."




Las notas al piano de las Gymnopedies de Erik Satie han reemplazado ahora el sonido de las gotas de lluvia sobre el cristal de la ventana, que parecían incesantes.
Este fragmento es mi preferido de El Principito, tan sencillo y hermoso como la verdadera naturaleza, en bruto, de la vida. 
La gente me repite una y otra vez lo que el principito le dice al zorro cuando este le recuerda que llorará:
“Entonces, no has ganado nada”. Y el zorro le responde: “Sí he ganado, a causa del color del trigo."


Los recuerdos. Son todo lo que nos mantiene vivos... Son la señal, las marcas de las decisiones, los vestigios de lo vivido. Quizá la única huella junto a la soledad. La posibilidad del fracaso o pérdida son las consecuencias anexas al riesgo de luchar por lo fervientemente deseado. Un riesgo que merece la pena correr. Un error que el corazón te lleva a cometer, y del que nunca puede surgir arrepentimiento alguno. No existe secuela que no pueda ser superada, en especial contando al trascurso del tiempo como aliado. Sin olvidar ese tiempo pasado en el que su dulce olor era único entre los demás.


Volvería a permitir que me rasgase el corazón si esa es la condición para recurrir, con una sonrisa envuelta en la nostalgia, al abrazo de los recuerdos.




domingo, 3 de octubre de 2010

It's written

While you're reading...



De nuevo en el tren, sentada en la misma disposición que aquel día. Me encuentro, como siempre, escuchando canciones que crean una confortable armonía con mi melancolía. Me ayudan a sentirme, en cierto modo, comprendida y reflejada en notas que transmiten las mismas emociones antes despiertas en otras personas. No sirve de nada intentar erigir un ánimo que no existe, así que no pienso buscar refugio en melodías alegres. Debo aprender a aceptar la tristeza y así, en su momento, dejarla atrás. Mientras, el paisaje pasa velozmente y me hace recordar cómo pasaron los meses.

Al subir al tren me he dado cuenta de que me había olvidado una bolsa donde llevaba algo de comida, mi cordón de cuero y el paraguas de mi padre. Lo lamento en especial por esto último y por la reprimenda que vendrá después, pero no es lo más importante que he perdido hoy. Aquel día, en el que nuestras vidas se cruzaron por primera vez en aquel tren, curiosamente también olvidé allí un paraguas de mi padre… Qué irónica es la vida. Todo empieza y acaba en el mismo lugar.

Nunca me cansaré de repetir lo incierta que es la vida. No nos imaginamos cómo puede girar de manera tan vertiginosa. Una noche puede pasar algo inesperado que te cambie por completo, o que haga comprender lo que está sucediendo delante de tus ojos y te ayude a abrirlos y contemplar la realidad por ti misma.

No cambiaría nada si tuviese la oportunidad. En absoluto. Volvería a vivir y a sentir cada segundo tal como lo he estado haciendo, no tengo mayor tranquilidad que haber disfrutado del camino sin pensar en la meta. Me siento afortunada por estos meses que pasaron, porque durante ese tiempo ha emergido del fondo lo mejor de mí, haciéndome feliz solo con sentir lo más puramente humano, sin esperar lo mismo de vuelta como siempre solemos hacer. Incluso siendo algo que no se puede pedir ni exigir a nadie.

Y en circunstancias así, se valora la vida. Se valora que seamos capaces de reír, llorar, sentir que somos vulnerables y somos fuertes, que estamos vivos. Valorar todo y todos los que nos rodean, siempre ahí, incondicionalmente.


Todo ocurre por una razón.