miércoles, 16 de noviembre de 2011

Escenarios

While you're reading... 



El frío ha invadido finalmente esta ciudad, donde las luces no hacen otra cosa que dejarse envolver por un halo de niebla y vapor mate. Me rodea un entorno cuanto menos diferente a aquel que me asediaba la última vez que escribí. Desconozco la razón por la que he dejado paso a tanto tiempo, el consuelo de las palabras es insustituible… 

Hundiéndome cada vez más en el colchón y entrañándome en el montón de mantas, mis pies se mueven estirándose y acariciando las sábanas, buscando un poco de frescor en aquellos territorios de la cama ahora fríos y sin movimiento, pero con memoria. Inmortalizadas las manos sobre su pecho, sumiéndose por capítulos en su piel mientras unos dedos trastean con un hambre insaciable entre sus huesos, otros dibujan con paciencia el impulso de los músculos y otros ajustan el compás con el fin de poner de acuerdo el latido cada vez más insensato que esconden con aquel que dista al otro lado. Hallar así algo llamado paz. Una paz jactanciosa, egoísta, únicamente conquistada por nosotros y por nadie más, momentánea, tras cuya marcha permanece enganchada a las paredes de esta habitación, todavía como una fina tela de araña por la que me dejo enzarzar; aun en el mismo aire que respiro la estela grácil de calor, olor, sabor, risa y una sola mirada perenne. En la puerta del sendero del sueño, mis dedos esperan por las noches no llegar a encontrarse con las palmas de mis manos al cerrarse, expectantes hasta el último momento con la esperanza inquebrantable de que sea su mano la que se entrometa intrusa entre ellos y les impida volver a reunirse.

Trying to keep you in Paris on my mind…

97 días de cambios constantes desde entonces. Tres meses intensos de preparativos, ilusiones, nervios, dificultades, recuerdos, inseguridades frente a lo desconocido, emoción y emociones. Tiempo de esperas, de descubrir y conocer, de aprender. De reforzar lazos, echar de menos y de despedidas. Sin olvidar jamás aquella despedida que sin saberlo, sería definitiva. Al fin y al cabo, de todos los demás fui quien mejor se despidió de él. Perdurará siempre mi última imagen sobre él aún en su sillón, el recuerdo de su sonrisa bordada por la edad y que, a pesar de algo perdida, continuaba manteniendo esa nota de cariño familiar. Recuperaré esa foto que me hizo cuando tenía algo así como tres años mientras ajena a todo dormía profundamente la siesta, y de la cual se sentía verdaderamente orgulloso; volveré a oír la melodía del tranvía de juguete que tanto me gustaba y que dijo que algún día sería para mí. Guardaré ambas cosas agazapadas junto al libro forrado que me dedicó y que tanto aprecio de El lenguaje de las flores. Su recuerdo quedará por siempre sellado en cada uno de los dulces dibujos de esas páginas amarillentas.  

Incesante vaivén de idas y venidas, de despedidas pero también de reencuentros. Después de dos años bañada en el aire descuidado de la indiferencia, soy devorada salvajemente por unas ganas alborotadoras que me causan una impaciencia incluso infantil de volver donde tengo tantos recuerdos y cada vez más personas con las que quiero pasar mis días. Impaciencia también por vivir una aventura que no me pertenece pero de la que quiero formar parte de algún modo. La ironía dejar entrever su sonrisa traviesa de autosuficiencia. 

A pesar de que no seamos capaces de reconocerlo, nos encaminamos persiguiendo una cierta estabilidad, huyendo de la rutina pero con cierta inquietud a veces pintada de cobardía hacia grandes develaciones. Desconocer lo que encubre el futuro puede tornarse desconcertante, de donde nace la naturaleza impredecible del riesgo. La naturaleza impredecible y caprichosa de la vida, gracias a la cual el precio de cada día que abrimos los ojos a la luz del sol llega a ser, sin discusión, impagable. Mudanza constante de escenarios donde representar las obras que se desean, descuidándose de bailar una canción que no ha empezado a sonar, solo dejándose guiar por el ritmo de lo que hoy es hoy. Porque yo no sé mañana…

Las calles de París ya no me parecen extrañas desconocidas, sino pretenciosas portadoras de felices anécdotas propias y recientes, decorados que ambientan y dan lugar a citas espontáneas y diarias y citas esperadas. Citas que enredan entre sí vínculos cada vez más fuertes, como una hermosa planta de jardín que, sin que nadie sea lo suficientemente observador para distinguir cada paso que da, trepa cada vez más arriba en un árbol que se deja conquistar exponiéndole gustosamente sus ramas.

Parece que nuestra vida aumenta cuando podemos ponerla en la memoria de los demás: es una nueva vida que adquirimos y nos resulta preciosa. 

Montesquieu

Quizá sean esas citas afortunadas quienes le dan el sentido merecido a esos lugares sin dueño…



No hay comentarios:

Publicar un comentario