sábado, 28 de enero de 2012

What do you go home to?

 While you're reading...



 
De vuelta al regazo familiar y cálido de las palabras, sea como sea, más tarde o más temprano, recorro de nuevo vehemente el camino hacia el abrigo consolador y reconfortante, a la descompasada melodía comprensiva de las letras que nacen y se reúnen a veces más tranquilamente, a veces a borbotones. Palpo en el aire una canción mientras mi mente extiende como una alfombra polvorienta sobre el suelo una línea del tiempo de mi propia vida, cuyas ramificaciones se extienden a partir de un nudo, una unión hacia diferentes vidas paralelas. Su sombra abstracta se me figura ahora como un arbolito, con una corteza aún joven, que aún no es áspera. Cada una de sus raíces curvas tallan la línea que está en el medio, un tronco cada vez más tenaz que sigue hacia adelante a cada segundo que transcurre, con el tic tac perfectamente métrico de las gotas de un grifo mal cerrado.

Algunas raíces que parten de un punto preciso han ido creciendo con tanto vigor que se dilatan en la misma dirección que el tronco al que se unieron, ramas supervivientes, de color vida. Otras en cambio permanecen atrás, secas en el comienzo de esa estría del tiempo, desde donde no avanzaron ni lo harán ya jamás, encogiéndose en sí mismas, muertas. Imagino que no era este el tronco junto al que tenían que florecer ni eran esas las ramas que debían ascender junto a él. No tenía que pasar.

Las semanas se escurren astutamente por la rendija de la puerta, y si la cierro se las ingenian sin causar trabas para aventarse descaradamente y aparecer al otro lado, como cuando pasan una nota por debajo de la puerta. O más bien una hoja del calendario. Quizá por culpa de esa delicada astucia ni siquiera sea consciente de las alteraciones, quizá todo acontezca últimamente  de forma tan natural y fluida que solo desempañando con la mano la ventana ya fría de un pasado, lo justo para asomarme un instante y que vuelva a empañarse con avidez, advierta la mudanza de la realidad, y divise claramente las desviaciones que fui tomando. Bifurcaciones que fui juzgando sobre la marcha. Y en lo que se convirtieron nuestras vidas. Pasado de largo ese momento, ese breve segundo en que volví a ser quien, donde y cuando era, olvidando durante esa breve improvisación todo lo que ahora me acompaña, tras ese soplo ilusorio, de nuevo todos los recuerdos de una sola sonrisa achispada hicieron resurgir una a una las miradas como ondulantes llamas que se insinúan, los parajes, los olores y los sabores de un jugoso aliciente que robustece, los recuerdos del presente. De lo que una vez asomó y aún ahora perdura, de esos tímidos brotes que se tornaron en ramas férreas y que prosperan a la par. Tenía que pasar.

Ya no quiero vivir con los temores, que prefiero entregarme a la ilusión y lo que creo defenderlo con firmeza, sin historias que me abulten el colchón…

Tal vez todo haya estado siguiendo su curso mansamente, pero todo en mí se prepara para la lucha. No obstante me tomo mi tiempo, cazando fuerzas, avivándome pacientemente, rogándome  a mí misma antes que a nadie un susurro constante y repetitivo, un grito destemplado difícil de ignorar: déjame equivocarme.

Y si un día me siento transformado y decido reorientar la dirección tomaré un nuevo rumbo, sin perjuicio, porque en el cambio está la evolución…

Déjame crecer, déjame fraguarme con el patrón de mis medidas, déjame decidir qué figuras tallar en mi tronco del tiempo. Déjame cerrar puertas, déjame dejar y déjame abrazar, déjame afrontar y ser quien yo quiero llegar a ser. Déjame superarme y déjame confiar. Déjame extender mis alas. Déjame sentir que soy capaz.  Déjame que sea yo quien desabroche mi nueva etapa.

Que mi camino se encuentre iluminado, que la negrura no me enturbie el corazón, discernimiento al escoger entre los frutos, decisión para subir otro escalón, vivir el presente hacia el futuro, guardar el pasado en el arcón…




Déjame su mano en el camino…



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