domingo, 5 de diciembre de 2010

The weight of my words

While you're reading...




Volver de nuevo a casa me hace reflexionar sobre muchas cosas. Es regresar en cierto modo al pasado, a recuerdos que quise abandonar sin mirar atrás y que ahora arremeten contra mí. Sola en el autobús de vuelta al calor acogedor y las luces tenues del árbol de Navidad, ni siquiera soy capaz de percibir las gotas de agua que impactan con fuerza en la superficie del vehículo. Me aíslo en mí misma de tal forma que lo único que distingo del exterior son las luces frías y directas de la calle cuyo resplandor atraviesa mis párpados mientras mi cuerpo se mece sutilmente con los vaivenes y la vibración del motor. La voz rota de Caleb Followill y los ritmos desiguales de la batería me absorben en un trance…

But everything's the same this town is pitiful
And I'll be gettin' out as soon as I can fly

 Millones de escenas acontecidas asaltan mi mente al pasar por rincones que a menudo concurría hace tiempo, bañados ahora por la incesante lluvia. Encontrarlos otra vez y vislumbrar ese pasado ha sido como contemplar a otra persona completamente ajena. Los recuerdos de aquella época no parecen pertenecerme, aquella persona que ahora soy aún no existía. En su lugar había alguien que no imaginaba nada de lo que ocurriría en sus días, que no guardaba idea alguna del cambio.

¿Cuánto tiempo? El tiempo es algo tan curioso… Volátil y escurridizo, tan único que cuando se ha perdido no puede recuperarse, que no vuelve jamás una vez se ha ido. Etéreo y relativo, es una tarea imposible medirlo con exactitud. ¿Cuánto ha pasado desde entonces? Alrededor de trescientos atardeceres diferentes. Miro atrás y siento como si hubiesen transcurrido varios años. Enterré tan profundamente esa parte de mí que el olvido aceleró con él el paso del tiempo.  

Life goes by on a Talihina sky...

Nada me une ya a estas calles vacías, encendidas por el destello fugaz de los rayos. Ahora albergo la certeza que no encontraré en ellas lo que tantas veces busqué y encontré, ya no queda nada. Ya no existe ningún vínculo con sus edificios, sus bancos y parques. No en el presente. Huyo de recuerdos que arrinconé intencionadamente rozando la erosión de un completo olvido, así como de otros totalmente opuestos que pueden causar dolor al ser rememorados  por el carácter de su existencia, limitado a la memoria. 

Lejos de todo esto, unos acordes me conceden unas esplendorosas alas que me elevan alto y me guían fuera de esta ciudad muerta hacia un presente nuevo y un futuro anónimo aún por llegar. A veces junto  a estos nos espera impaciente la incertidumbre. Un familiar cercano juzgó –y acertó—que la incertidumbre es un lienzo en el que el hombre juega a ser Dios pintando sus mayores miedos y deseos. Las personas siempre nos sentimos atraídas por la tentación pura de la verdad, a pesar de ser un arma de doble filo que puede asimismo herirnos y dejarnos cicatriz. Pretendemos conocer la realidad auténtica, si es cierto que existe, ya forme parte del pasado o de lo que ahora nos toque vivir. Necesitamos ser conscientes de la verdadera naturaleza de lo que nos rodea como aquello que nos brinda la oportunidad de decidir. Tal como cita Paulo Coelho: No saber si debemos esperar u olvidar es el peor de los sufrimientos.

El miedo a la inseguridad es un sentimiento puramente humano. Hace un rato terminó mi conversación con un amigo. Hablando con él pude darme cuenta de que no saber qué es aquello que sentimos causa verdadero vértigo,  miedo a no saber a qué abismo nos enfrentamos. Un miedo que nos atrevemos a combatir cuando solo el paso del tiempo y las circunstancias nos ubican en escenarios en los que somos capaces de descubrirlo por nosotros mismos. Hay situaciones en las que he llegado a comprender que de tantas personas que me rodean, solo una ocupa mi mente, solo ella es importante para mí. Observando la extensa y abarrotada ciudad desde la altura de mi terraza, contemplando el dulce baile de la nieve al caer a cientos de kilómetros de casa, coreando una canción a todo pulmón junto a otras 10.000 voces congregadas desde diferentes rincones por un único motivo que les une: la música. Y entre tantísimas vidas, solo te gustaría compartir esos momentos con una única persona. 


Y es en esos momentos cuando el vértigo desaparece, cuando después de todo, sabes qué es aquello que deseas…



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