lunes, 8 de noviembre de 2010

Lookin' for the sun

While you're reading...   



Acompañada por unos nostálgicos acordes y la voz de Bono en la canción que escribió para su padre, contemplo la gran cantidad de fotografías pegadas en una pared de mi habitación justo enfrente de mí, y recorro todos y cada uno de esos instantes precisos, efímeros y a su vez perdurables.

En esas fotografías aparecen casi todas las personas que están en mi vida, cada una ocupando un rincón diferente. Cada una de ellas significa un sentimiento, unos momentos, unos granitos de arena. Todas esas personas  nos aportan algo de sí mismas, ya tengan la valentía de entregarse más o menos, se impliquen hasta donde quieran hacerlo o hasta donde nosotros lo permitamos.  Compartimos parte de nosotros y recibimos fragmentos supuestamente imperceptibles del conjunto y la complejidad de una persona, que nos van perfilando como si de un cincel se tratase. Todos esos fragmentos, tanto grandes como pequeños, dejan tras de sí marcas que finalmente acaban esculpiendo vidas ajenas, haciéndolas sobresalir de esa gran pieza de mármol frío a la vez que les dan vida. 

Las condiciones determinan profundamente la realización de alguien, y circunscritas a esas condiciones se encuentran las personas que nos rodean. Porque no podemos vivir al margen de los demás y de sus acciones. No somos conscientes de que las decisiones de los demás nos influyen y además nos cambian, en ocasiones de manera radical, nuestra vida, sin que aquellos lo sepan siquiera. En muchas ocasiones hemos determinado enormemente la suerte de otras personas y no conocemos ni podremos jamás conocer las consecuencias que desataron nuestros actos. 

“Sometimes you can’t make it on your own…”

Quizá jamás lleguemos a percatarnos de lo profunda que pudo ser la huella que dejamos dibujada en los días, pasados y por llegar, de una vida ajena, así como en la esencia de su ser…
Podemos hacer nuestra vida, escoger el qué, dónde, cómo, cuándo, y  tomar nuestras decisiones de acuerdo a nuestros sueños y principios, experimentar, acertar y errar por nosotros mismos, solos, sin intervención de otros. Sin embargo, tal vez ni las opciones ni las oportunidades que se nos presentan serían las mismas si contestamos a una pregunta, muy simple y a la vez trascendental: ¿quién?
 
Nunca estamos solos. De la misma manera de la que aprendemos a prescindir de aquellos que nos traen dolor, también con nuestras acciones dejamos pasar adelante a muchas personas que a la vez, nos dejan adentrarnos en su espacio. Nos conceden la valiosa oportunidad de compartir aspectos, impresiones, sentimientos y sueños de sus vidas realmente significativos, escondidos a veces entre los cimientos de lo más profundo. Una posibilidad que no debe ser rechazada, pues trae consigo la fortuna de sostener entre nuestras manos el ligero pero firme peso de la confianza. De la seguridad de personas increíbles que pasan inadvertidas, y que hacen desear que todos tuviesen la fortuna de contar con ellas. Entristece la idea de que estén rodeados de tanta gente que no sea consciente de aquello tan valioso que se mantiene a su lado, en las sombras, pasando desapercibido. Simplemente, no entiendo cómo no son capaces de apreciar la luz que emana de ellos, una claridad que alumbra mis días y saca lo mejor de mí misma. Presencias que me acompañan en momentos cotidianos e instantes decisivos, enseñándome a reír con la energía que hay en mí, a vivir intensamente. Una complicidad tan palpable que te muestra cómo distinguir lo mejor de la vida a través de sus ojos. Es así como, aunque lo que te transmita en un momento concreto sea interesante para ti, prefieres sumergirte en sus ojos y averiguar nuevos matices mientras te asombras de que seas capaz de querer tanto a una persona que apareció recientemente en tu vida. Mientras, otras han vivido siempre cerca de ti y a la vez tan lejos que nunca se preocuparon de conocerte como estas personas ajenas lo hacen. 

Personas ajenas que te arrancan con facilidad lágrimas cuando, sin esperarlo y por sorpresa, tienes la oportunidad de poder abrazarlas. Personas ajenas que te marcan para siempre solo con decir “Ya eres parte de mí” y hacen que todo mereciese la pena. Que con una simple canción te dibujan una sonrisa cuando más la necesitas. Que convierten una simple merienda en un mar de risas y recurriendo siempre a millones de tonterías nuestras. Personas que cuidan de ti.

Y aquellas que siempre han estado ahí y por ello no sabemos apreciarlas. Hasta que un buen día abres los ojos para ver desde el coche a una pequeña y adorable figura despidiéndose de ti con la mano, después de haberte metido con la comida de la semana bolsitas de caramelos, como buena abuela. Hasta que coges el teléfono y la voz de tu hermana suena en tu interior recordando lo enormemente importante que es para ti. Hasta que decides escribirle a tu padre para hacerle saber que, a pesar de la edad y de lo agradable que resulta el sentimiento de independencia, te gusta que estén ahí, siempre, pase lo que pase.

No estamos solos.  Únicamente hay que saber apreciar ese brillo y cuidar de mantener su destello, a pesar de que pueda parecer a veces imperceptible.

Pero que está ahí, siempre encendido…






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