Adonde quiera que su juicio emprendiese su camino,
ella esperaba encontrarse con su innegable presencia. No quería tentar a la
suerte y tenía miedo de pronunciar palabras que quizá jamás llegasen a adquirir
formas certeras, pero esa ilusión escalofriante era ineludible. Unas garras
frías y flexibles a veces se apropiaban de ella y sin piedad la desvalijaban de
manera calculada; la despojaban de su sonrisa y su confianza crujía de dolor. No
obstante, los huesos de esa entelequia expectante acababan por soldarse de
nuevo…
Estando aún cubierta solo por las sábanas, sintió
cómo la neblina del sueño se dispersaba en un instante. Ante su rostro enmarañado en la tristeza, la
figura regia de él se mantenía erguida, para enseguida sentarse junto a ella y
acercarse con dulzura a su ilusoria fragilidad. Ella separó los brazos de su
cuerpo ya enderezado y los hizo escapar de la calidez flotante de las mantas.
Las manos de él la alcanzaron a la vez y ella dejó que se enredaran en su pelo
en una caricia tibia; rozaba con los pulgares sus mejillas y la besaba. Con ese
beso, ella abandonó fugazmente la sonrisa plácida con la que contemplaba la
franqueza del sentimiento en sus ojos, aquel
que no podría retratar aunque se lo propusiera con empeño. Lo rodeó en un
abrazo desnudo, sintiendo en su piel el frío de su abrigo. Se separó de su
hombro lo suficiente para arrimar su rostro al de él y dibujarle una caricia lenta
con la nariz, con pausas en las que respiraba su olor, en las que se detenía a
repasar con sus pestañas cada rincón de su expresión en un roce tejido con un
hilo agridulce. Volvieron a mirarse y, sosteniendo la mirada con las frentes
juntas, se agarraron como si con las manos y los ojos pudiesen arrebatar esa
esencia y hacer que permaneciese con cada uno de ellos. Con ojos resignados y
pacientes, él se obligó a soltarla poco a poco, sabiendo que tenía que
marcharse y que ella no seguiría ahí cuando volviese. Que no iría a recibirle a
la puerta horas después cuando llegase a casa para tirarse a sus brazos, que no
pasaría las horas buscando incesantemente la manera de acelerar las agujas del
reloj, que no estaría esperándole porque se habría ido. Asomaron sombras húmedas
en los ojos de ella y su respiración se
entrecortó atropelladamente, porque sabía que tendrían que volver a separarse
una vez más. Las manos entrelazadas se apretaron con intensidad un instante
largo para reunir la fuerza para poder alejarse. Y se alejaron. Él se levantó
y, sin apartar la mirada del rostro de ella, llegó a la puerta. Se dirigieron
unas breves palabras de despedida y él dio un paso hacia delante, debía
marcharse. Sin querer pensarlo más, siguió adelante y cerró la puerta con un
gesto triste y lento. El silencio invadió la casa, apenas roto por sus pasos ahí
fuera en la escalera y, finalmente, el amasijo de hierro y cristal de la puerta
de la calle al cerrarse. Y ya está. Volvía a aprisionarla el ardor de su lejanía como barrotes largamente expuestos al sol;
pronto tendría que recoger sus cosas y encaminarse al aeropuerto, abandonar lo
que ella sentía como su hogar, como aquello que guardaba lo que ella más amaba.
Pero antes de afrontar una vez más el deber y
hacer aquello que realmente no quería, volvió a dejarse anegar por las mantas en su
lado de la cama durante unos minutos imaginados. Se permitió cobijarse en su
propio calor con el olor de él y, encogida, se abrazó como pudo a esa atmósfera
suya. Y ahí, inmersa en sus huellas, supo que volvería para quedarse. Siempre fue él, y lo supo desde antes de contemplarle por
primera vez. Nada podría cambiar eso, aquella intuición que impulsó las alas de
hermosas plumas azules con las que siempre había soñado. Antes del primer beso de aquel extraño que conocía bien y que tan impacientemente había imaginado. Pronto tendría
la oportunidad a la que tenía decidido aferrarse; no pensaba dejarla correr por
nada del mundo. Tanto tiempo estirando los brazos por alcanzar lo que tanto
ansiaba producía un dolor punzante, pero las puntas de los dedos ya rozaban su suave piel.
Ya casi había llegado. Muy pronto dejaría de saciar su sed con recuerdos durante
las largas esperas, porque podría nutrirse del presente, de estar presente.
Y por fin estaría lista para, sin hacer preguntas,
seguirle adonde sea que su juicio emprendiese su camino.
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ResponderEliminarHa pasado casi un año y las cosas parece que empezaron a ir como queríamos, como pensabas en ese momento, pero algo cambió... No me cansaría de decirte que algún día todo mejorará, ojalá me creas, porque te quiero demasiado como para al menos no intentarlo...
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=-VMFdpdDYYA