sábado, 25 de mayo de 2013

Waiting for that day to come

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Adonde quiera que su juicio emprendiese su camino, ella esperaba encontrarse con su innegable presencia. No quería tentar a la suerte y tenía miedo de pronunciar palabras que quizá jamás llegasen a adquirir formas certeras, pero esa ilusión escalofriante era ineludible. Unas garras frías y flexibles a veces se apropiaban de ella y sin piedad la desvalijaban de manera calculada; la despojaban de su sonrisa y su confianza crujía de dolor. No obstante, los huesos de esa entelequia expectante acababan por soldarse de nuevo… 

Estando aún cubierta solo por las sábanas, sintió cómo la neblina del sueño se dispersaba en un instante.  Ante su rostro enmarañado en la tristeza, la figura regia de él se mantenía erguida, para enseguida sentarse junto a ella y acercarse con dulzura a su ilusoria fragilidad. Ella separó los brazos de su cuerpo ya enderezado y los hizo escapar de la calidez flotante de las mantas. Las manos de él la alcanzaron a la vez y ella dejó que se enredaran en su pelo en una caricia tibia; rozaba con los pulgares sus mejillas y la besaba. Con ese beso, ella abandonó fugazmente la sonrisa plácida con la que contemplaba la franqueza del sentimiento en sus ojos,  aquel que no podría retratar aunque se lo propusiera con empeño. Lo rodeó en un abrazo desnudo, sintiendo en su piel el frío de su abrigo. Se separó de su hombro lo suficiente para arrimar su rostro al de él y dibujarle una caricia lenta con la nariz, con pausas en las que respiraba su olor, en las que se detenía a repasar con sus pestañas cada rincón de su expresión en un roce tejido con un hilo agridulce. Volvieron a mirarse y, sosteniendo la mirada con las frentes juntas, se agarraron como si con las manos y los ojos pudiesen arrebatar esa esencia y hacer que permaneciese con cada uno de ellos. Con ojos resignados y pacientes, él se obligó a soltarla poco a poco, sabiendo que tenía que marcharse y que ella no seguiría ahí cuando volviese. Que no iría a recibirle a la puerta horas después cuando llegase a casa para tirarse a sus brazos, que no pasaría las horas buscando incesantemente la manera de acelerar las agujas del reloj, que no estaría esperándole porque se habría ido. Asomaron sombras húmedas  en los ojos de ella y su respiración se entrecortó atropelladamente, porque sabía que tendrían que volver a separarse una vez más. Las manos entrelazadas se apretaron con intensidad un instante largo para reunir la fuerza para poder alejarse. Y se alejaron. Él se levantó y, sin apartar la mirada del rostro de ella, llegó a la puerta. Se dirigieron unas breves palabras de despedida y él dio un paso hacia delante, debía marcharse. Sin querer pensarlo más, siguió adelante y cerró la puerta con un gesto triste y lento. El silencio invadió la casa, apenas roto por sus pasos ahí fuera en la escalera y, finalmente, el amasijo de hierro y cristal de la puerta de la calle al cerrarse. Y ya está. Volvía a aprisionarla el ardor de su lejanía como barrotes largamente expuestos al sol; pronto tendría que recoger sus cosas y encaminarse al aeropuerto, abandonar lo que ella sentía como su hogar, como aquello que guardaba lo que ella más amaba.

Pero antes de afrontar una vez más el deber y hacer aquello que realmente no quería, volvió a dejarse anegar por las mantas en su lado de la cama durante unos minutos imaginados. Se permitió cobijarse en su propio calor con el olor de él y, encogida, se abrazó como pudo a esa atmósfera suya. Y ahí, inmersa en sus huellas, supo que volvería para quedarse. Siempre fue él, y lo supo desde antes de contemplarle por primera vez. Nada podría cambiar eso, aquella intuición que impulsó las alas de hermosas plumas azules con las que siempre había soñado. Antes del primer beso de aquel extraño que conocía bien y que tan impacientemente había imaginado. Pronto tendría la oportunidad a la que tenía decidido aferrarse; no pensaba dejarla correr por nada del mundo. Tanto tiempo estirando los brazos por alcanzar lo que tanto ansiaba producía un dolor punzante, pero las puntas de los dedos ya rozaban su suave piel. Ya casi había llegado. Muy pronto dejaría de saciar su sed con recuerdos durante las largas esperas, porque podría nutrirse del presente, de estar presente

Y por fin estaría lista para, sin hacer preguntas, seguirle adonde sea que su juicio emprendiese su camino.



2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Ha pasado casi un año y las cosas parece que empezaron a ir como queríamos, como pensabas en ese momento, pero algo cambió... No me cansaría de decirte que algún día todo mejorará, ojalá me creas, porque te quiero demasiado como para al menos no intentarlo...

    https://www.youtube.com/watch?v=-VMFdpdDYYA

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