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Escribir es una de las
actividades más solitarias del mundo. […] miro hacia el mar desconocido de mi
alma y veo que hay algunas islas en él, ideas que se han desarrollado y están
listas para ser exploradas.
Entonces cojo mi barco –llamado
Palabra—y decido navegar hacia la que está más próxima. En el camino me
enfrento a corrientes, vientos, tempestades, pero sigo remando, exhausto…
Se planta delante de mí la duda de si estas palabras son mi refugio para defenderme de
un hambre voraz de comprensión hacia mí misma o si sencillamente son ellas las
que se creen con la licencia de arrojarse atropelladamente,
entendiéndome más a mí de lo que yo las entiendo a ellas. Hallo muchas islas
ahí dentro expectantes por ser exploradas. Pero una bruma endurecida me impide
divisarlas con claridad y aproximarme a ellas. Tal vez sea humo, algo arde
salvajemente ahí, ahí dentro.
Ni
siquiera sé dar rienda suelta a lo que en ocasiones deserta con descaro encarnando
gotas libres, nublando no sin un gran alivio, a pesar de todo, una mirada algo
perdida y desconcertada. Esas mismas gotas tibias paulatinamente apaciguan las
llamas avivadas por un viento infecto, peligroso; se alza y rige con un
vuelo desenfrenado que se desliza en forma de garras de negra quimera,
desconociendo si algún día lo hará o no entre los fríos resquicios de acero de
una verdad.
— ¿Eso incluye sufrir por
amor?
— Eso lo incluye todo. Si el
sufrimiento está ahí, entonces mejor aceptarlo, porque no se va a ir solo
porque tú finjas que no existe. Si la alegría está ahí, también es mejor
aceptarla, incluso con miedo de que se acabe un día. […] ¿Por qué me preguntas
estas cosas?
— Porque estoy enamorada y
tengo miedo de sufrir.
— No tengas miedo; la única
manera de evitar ese sufrimiento sería negarse a amar.
Párrafos
subrayados con líneas torpes a lápiz de un libro arrugado y viejo, vencido por
el abuso de interés, por el afán de sonsacar los mensajes en clave, desgastado
porque ya cumplió con la función de su existencia. Con solo abandonarse al
sonido dócil del roce de sus hojas livianas, con dejarse ahogar por la
irrevocable atracción de ese murmullo, se abre sin dilación el paso a todo cosquilleo por conocer. De un carácter tan fácil… Y sin embargo, aquello que irremediablemente
mi naturaleza ciega necesita reconocer
segura entre sus dedos, aquel auténtico anhelo que reposa en lo más hondo se
resigna a, aferrado a las faldas de una confianza y una fe viscerales, esperar vehemente
la mínima señal para aliviar las heridas y saciar su sed. Esa naturaleza dormita aguardando
perseverante esa cercanía cálida, mientras entre sueños fabrica gráciles susurros: arrímate…
If ever there where someone to keep me at home it would be you...
Con
el mismo trazo inestable del niño que aprende a escribir, coexiste con el error
el esfuerzo intrépido por volver a perfilar aquellas primeras letras temblorosas,
inentendibles, agonizantes. De erigir con ellas palabras que el arranque de
corregir, de nacer, quiere concebir. Y en
la misma hoja, sucia por los borrones difuminados, se puede perfeccionar esa
caligrafía; sí, en la misma, de modo que así aprecie desde la autocrítica qué
es aquello que debo pulir con ahínco. En la misma hoja para que no haya nada
que calcar…
A mind full of questions and a teacher in
my soul...
Y volver
a escribir sin descanso ese no, célebre
de no hacer más que alimentar ambiciosamente esa sombría represión, esos miedos que en el
baile de la soledad atormentan, esa envolvente inquietud de corazón que acecha
como lobos ávidos de ese mismo corazón, que aúlla más fuerte que ellos.
No
Vuelvo
a escribir ese No dibujando esta vez de
un solo gesto una serpenteante letra al final, como un desafío que todo lo enmienda.
En
una y mil hojas sucias, hojas nuevas, hojas a cuadros, a rayas, hojas
enzarzadas en un diario.
Nos
Calcaré
solo esas tres letras unidas…
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